Con nostalgia miro atrás




Las personas de mi edad compartimos un sentimiento: creemos que somos más jóvenes. Sí, tenemos treinta y pico, cuarenta y... pero no nos consideramos personas tan adultas como esos hombres y mujeres que, a nuestra edad, ya eran nuestros padres.

A mí, de hecho, me molesta que me llamen señora. No puedo evitarlo. 

Pero ha pasado el tiempo, deprisa. Por eso, cuando visité, en Vitoria, en la sala de la Obra Social de Caja Vital, la exposición Baby Boom, juguetes para todos, sentí una profunda nostalgia.

Hacia el proyector de cine con el que mi padre, al llegar nuevos al pueblo, ponía películas de vaqueros en las escuelas. 

Hacia el sofá de pseudo-piel que había en todos los salones de mi infancia. Eso, y hacia las muñecas sevillanas que, cuando fui a Inglaterra, descubrí que entusiasmaban a la señora de mi casa, a la señora Smith.



Recordé las meriendas en el molino de Monteagudo. Todos los primos cargados con la nevera y las sillas plegables. Estas navidades, cuando llevamos a los niños junto al río de Nigüella, con la tortilla y los filetes empanados, sintieron, como nosotros entonces, que aquello era una gran aventura.

Pensé que yo tenía casi 14 años cuando mis tías me compraron mis primeros vaqueros y que mis hermanos debieron cumplir los 16 para tener sus zapatillas de marca. Hoy, ¿qué niño no luce unas Munich? 

También vino a mi memoria, la Nancy, las barriguitas, las pin y pon... eran mis tías quienes solían comprarme esos juguetes. Heidi, las muñecas recortables, las escopetas y los anillos con un corazón de plástico de las fiestas. 





El Tang, que para nosotros que vivíamos en un pequeño pueblo, suponía algo excepcional. Afortunadamente, nuestros padres consiguieron que creyéramos que esas pequeñas cosas eran realmente especiales. Como la copa de Danone, que solo tomábamos muy de vez en cuando.

Las coca-colas de 25 pesetas y las cebolletas que le pedíamos a Isabel, en el bar. Y cuando llegaba el calor, los helados de corte que eran más o menos grandes en función del presupuesto. Recordé la propina de los domingos y cómo vomité encima de mi hermano aquella vez que, después del atracón de regalices, me mareé en el coche.




(© Fotos CyC)


Ha pasado el tiempo, no queda más remedio que asumirlo. Pero mientras tanto, una visita a esta bonita muestra de juguetes nos hará sonreír y emocionarnos. Porque es el reflejo de nuestra infancia. 

Hasta el 23 de febrero se puede disfrutar; merece la pena. 

Comentarios

  1. ¡Qué razón, María!
    No recuerdo cuál fue el día en el que me acosté siendo una "chica" y me desperté siendo una "señora".
    Gracias, he disfrutado leyendo la entrada

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  2. Ha pasado el tiempo. Irremediablemente...

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