Otra de pelis tristes

No me encontraréis en una sala de cine en la que proyecten una comedia. Buscadme en la que haya silencio, ni una risa. Buscadme en la que se intuyan las lágrimas, e incluso, se oiga suavemente algún 'hip-hip' de tantas vertidas en silencio. 

Os puedo asegurar que la mayoría serán mías.

En el cine o en casa, lo dije, lo mío son las pelis tristes. Y recientemente he visto dos superlativas. Sí,  lo son en varios sentidos: en tristeza, en reflexión, en profundidad, en realidad y en bofetada vital. Porque la vida, a veces, es, como narran ambos largometrajes, muy perra. Y aún así merece ser vivida intensamente. 

La primera es Siempre Alice (Still Alice). Escribo el título también en inglés porque, con frecuencia, las palabras en otro idioma ofrecen otra dimensión, otros matices. 

Recomiendo, además, verla en versión original y disfrutar de la voz de esa poderosa actriz llamada Julianne Moore. Hasta la fecha me resultaba una mujer fascinante, bella como pocas y, tras ver esta interpretación, me rindo ante ella. 




No diré demasiado porque, quizá, alguien tras leer esta entrada, decida buscarla y llorar casi tanto como yo lo hice. 

Still Alice es la enfermedad que siempre llega en mal momento, si bien, algunos parecen especialmente crueles. Nunca nos viene bien su visita, ni que llame a nuestra puerta, a ninguna puerta. Y que sea como sea, mortal, progresiva o degenerativa, no importa porque cuesta encajarla. 

Trata de diagnósticos necesarios, pero terribles. De pruebas de genética que no eres capaz de entender y que cambian tu vida. Para siempre. 

De lo que fuiste, de todo lo que alcanzaste, y de todo lo que pierdes y perderás. Me conmovió Julianne Moore, su rostro, a medida que se hacía pequeñita, en todos los sentidos, presa de la enfermedad.

El segundo título es Truman, de Cesc Gay, de quien creo haber visto todas las películas y que en ésta, cómo no, recurre a sus actores clave. 

Los protagonistas son Ricardo Darín y Javier Cámara, el primero más gigante que el segundo, sin duda. Tremendo actor, tremenda voz. 




Me quedo con algo que ya sabía, lo duro que es encontrarse solo; en apariencia rodeado de tanta gente y en realidad, solo. ¿O no? Porque el amor de un perro no es menos importante. 

También con lo difícil que es hablar con los que más cerca tenemos. Decir lo verdaderamente relevante. Dejarse de estupideces y dar las gracias, expresar el miedo, confesar que el momento es tan duro que estás asustado. 

No añadiré más. 

Ambas películas plantean el derecho a saber o no; el derecho a continuar o no. Son cuestiones, queramos o no, a las que ya nos hemos enfrentado, a través de familiares o amigos cercanos, y a las que no tardando tendremos que mirar a la cara.

No quedará más remedio que sentarnos a dialogar con nosotros mismos. 

Y, claro, yo que lloro y últimamente mucho más, cuando escribo estas líneas, seco mis lágrimas con el puño del jersey.

Keep walking! aunque solo veamos ante nosotros cuestas y más cuestas...

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