Pensé que era el fin de una etapa

Soy un desastre con los dispositivos electrónicos. Mi capacidad para recordar contraseñas es nula. No solo eso sino que, cada vez que olvido alguna, se bloquea la cuenta o dispositivo y debo cambiarla, me vengo arriba e improviso. Conclusión: tengo 3-4 contraseñas que, de tanto usarlas y combinarlas, me conducen a un error tras otro.

Hace unas semanas, decidí poner orden a mi ordenador (permitidme la repetición) y la pantalla terminó siendo negra y con un mensaje poco alentador. La broma, además de una mini-taquicardia porque creí haber perdido un texto importante, que por supuesto no había guardado en otro lugar, me costó 195 euritos.

Cuando cambio las contraseñas, diligente, anoto las nuevas en una libreta o folio, que cuando necesito soy incapaz de encontrar entre la amplia colección que tengo en estanterías y múltiples cajones.

Dicho esto. Esta semana me di cuenta de que había olvidado la clave de acceso a este blog. Lejos de agobiarme pensé que era el fin de una etapa. Que significaba dejar de airear mi vida, ésa que realmente no debería interesarle a nadie. 

Lo cierto es que últimamente pienso con frecuencia en el exhibicionismo de las redes sociales. En lo que nos cuesta tomarnos un café y charlar mirándonos a la cara y lo fácil que es, sin embargo, asomarnos, echar un simple 'vistacín' o invertir horas, y creer que ya estamos al día. 

Para otro día dejo lo de contabilizar a las personas que realmente nos importan y que están ahí, cerca. Lo digo yo que, entre mis contactos, tengo a algunas que ni siquiera he visto en mi vida.  

Por unos instantes, sentí cierto alivio. Pensé que si había olvidado la clave quizá era una señal. Que aunque no quiera admitirlo soy una narcisista y creo tener una vida apasionante y pensamientos elevados cuando la realidad es bien distinta. 

¡Toma bofetada de realidad! 

Recordé cómo era mi vida antes de las redes, cuando a nadie le contaba lo guay que era el lago en el que me bañaba o lo 'gocha' que me estaba poniendo cenando en no sé qué lugar y, en el fondo y en la superficie, alardeando de lo molona que me creo. Supe que la vida antes de las redes, no estaba nada mal. 

Hoy, he recordado la clave a la primera. Y claro, pues aquí estoy dándole a la tecla. Tras esta disertación, añadiré que siempre soñé con tener una librería y al paso que voy, no creo que la tenga. Pero parece ser que voy a tener un blog sobre libros. Así que, no doy más rodeos y recomiendo ya dos nuevas lecturas:

Ordesa, Manuel Vila. Me ha fascinado porque está escrito con maestría. Leí lentamente cada página porque no quería que este maravilloso libro tocara a su fin. A medida que avanzaba, mi ritmo era más lento y daba varias vueltas a cada frase.





Me encantó la manera de echar de menos a los padres, de hilar recuerdos, de reparar en detalles que parecían accesorios para darse cuenta de que tenían un significado profundo. 

Me hizo pensar, y mucho, cómo nuestros padres nos acompañan durante un largo tramo del camino pero, en cierta medida, nos resultan desconocidos. Cómo olvidamos que son hombre y mujer,  es decir, personas con carencias, anhelos, frustraciones, miedos. 

Me gustó cómo los colores también pueden teñir los recuerdos. 

Por todo ello, lo recomiendo encarecidamente. Porque además para mi Ordesa también está cargado de cierta simbología. Como lo está el cardo, planta que aparece en la portada. 

Comunícate como un budista, Cynthia Kane. Mi compañero de vida afirma que me chiflan los libros de seres de luz. Y tiene razón. 




Este manual cuya lectura también he prolongado en el tiempo, he subrayado y del que he extraído notas, también me ha gustado especialmente. 

Porque yo hablo por los codos y la mitad de las palabras son innecesarias.

Porque me cuesta estar callada. Y sobre todo, soy malísima escuchando. 

Porque no manejo bien los silencios.

Porque me cuesta mirar a los ojos de mi interlocutor.

Porque mi cerebro va muy deprisa y las palabras le siguen y, por tanto, salen atropelladas.

Porque cuando hablo sin sentido acabo diciendo tonterías, exagero, juzgo o chismorreo. 

Por todo ello, ahora intentaré comunicarme de una manera consciente, concisa y clara.

Al hilo de estas mini reflexiones, recuerdo el capítulo de Chef's Table dedicado a Jordi Roca. El pequeño de los hermanos Roca afirmaba que la afonía que padece, fruto de una distonia cervical, le ha hecho medir sus palabras, elegirlas conscientemente y pronunciar casi única y exclusivamente las necesarias.

Esto me hizo pensar en torno al uso y abuso del lenguaje. 

Dicho esto, me callo, y me voy a la cama a leer un nuevo libro, que hoy madrugué demasiado y a 1.500 kilómetros de casa.

¡Feliz semana!

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