12 meses después





La última vez que me asomé a esta ventana, creí que nadie me leería. Hoy mantengo la misma idea con mayor fuerza, si cabe. 

Porque hoy es 19 de agosto de 2018. Lo cual significa que mis posibles lectores o están metidos en un buen atasco de vuelta a la realidad o siguen disfrutando de sus vacaciones. No al otro lado esperando a que la Nájera se digne a juntar unas letras.

Yo también he vuelto a la realidad hace apenas unas horas. Las vacaciones las disfruté en julio; aunque he desconectado más en este puente que en aquellas dos semanas +1 extra por obra y gracia de una bronquitis que me tuvo de baja. 

Decía que he vuelto y en el tren le he prometido a una de mis dos fieles lectoras que esta tarde actualizaba este humilde blog. Me he visto obligada porque ella, Ana, muy hábil, me dijo que hay una tercera lectora (Teresa) que se queja de la falta de contenidos. Dicho y hecho, he detenido el capítulo 5 de la primera temporada de The Crown (sí, sé que voy con retraso con esto y con los restaurantes por conocer) para intentar escribir algunas palabras con cierta gracia. Ahí van. 

Enlazo ahora la serie de Netflix y la fecha en la que nos encontramos. Que yo no doy puntada sin hilo.

Hoy es 19 de agosto y hace un año, concretamente el 14, nos recibían en Check In Rioja (por cierto, cuña publicitaria, reabrimos previsiblemente el 31 de este mes) Diego, Álvaro, Nacho y Frida. Dejábamos atrás 11 meses de vida en Escocia, en Dumfries. Eso y unas cuantas semanas viajando en furgoneta junto a Claudia cargados hasta las cejas con la mini mudanza. 

Fue justo el 21 de agosto cuando reabríamos la puerta de nuestra casa de Madrid. Y confieso que parecía que nos habíamos marchado de ella anteayer. Pero no, nos habíamos ido en agosto de 2013. Justo antes de casarnos, justo antes de trasladarnos a Pamplona donde entonces no sabíamos que viviríamos la parte más dura de nuestra vida en común. ¡Pero ésa es otra historia que ya he contado!

No me olvido de The Crown. Paciencia que enlazo.

Desde nuestra vida en Escocia y, tras haber almacenado más o menos cantidad de inglés en mi cerebro, y eso sí haber conseguido que mis oídos entiendan casi cualquier versión de dicha lengua. ¡Ay, si entiendes escocés, puedes con todo! Decía que tras ese tesoro que me traje en forma de palabras, nuevas expresiones, fluidez y descaro, me esfuerzo cada día por ver la televisión tan solo en inglés, leer libros (esto me cuesta mucho y procrastino sin piedad) e intercambiar un par de horas semanales vía Skype con Tom aunque los dos tengamos sueño o secuelas de catarros. 

Quizá me resista a perder esas palabras que ya nunca olvidaré: thistle, nettle, heather, fennel... porque no quiero olvidar nuestros 11 meses de vida escocesa. Hacerlo sería ingrato por mi parte. Debo mucho a Escocia. 

Porque ese rincón perdido llamado Dumfries y, concretamente, ese antiguo psiquiátrico conocido como The Crichton, tenían una energía especial. O al menos una que encajaba con la mía, con la de aquel momento. 

Porque supe que aunque regrese a la ciudad y trague contaminación, prisas y estrés, estoy conectada con la Naturaleza. Lo he vuelto a saber durante mis vacaciones recorriendo el camino que une Bayona y Francia. Es decir, el Camino del Baztán. #maravillamaravillosa

Porque la luz es parte de las tinieblas. Y necesitamos ambas para seguir adelante.

Porque necesitaba vivir en el norte del norte para sentir que en otra vida estuve allí. Y que regresaré en una próxima. 

Porque viví allí mis 39 años y esto me permitió asomarme y entrar directamente a los 40 con una gran sonrisa. Sí, reconozco que está siendo uno de mis mejores años. Pese a estar distanciada de quien amo. Evidentemente es una cuestión de actitud y de las gafas que elegimos ante la vida. 

Porque la vida me tenía reservadas segundas partes maravillosas. Entonces no lo sabía ni lo imaginaba. En lo laboral, en lo amistoso y en mi particular idilio con Madrid todo ha sido excepcional desde el 21 de agosto de 2017. Pero nunca lo hubiese vivido así, como un regalo, de no haber estado antes en Dumfries o en Pamplona y Logroño. 

Por la compañía de las ancianas del grupo de jardinería y de los paseos de cada martes; porque ahora solo desayuno porridge; por las horas mirando productos y leyendo etiquetas en el Tesco; por las escapadas en furgoneta a lugares en los que no existía nadie más; por los paseos en soledad por el muelle del Nith y por muchas más experiencias, olores, personas, sonidos y emociones que consiguen que cada vez que pongo en marcha la maquinaria de los recuerdos se humedezcan mis ojos.

Hoy sé que son diversos mis lugares en el mundo (Madrid, Arándiga, Monteagudo...) y uno es Escocia. 

Gracias, universo. Gracias, vida.


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