Solo leo libros tristes


Ana hoy me escribió un mensaje: “En verano solo lees libros sobre duelo”. Y él le hubiese respondido: “¿En verano? María solo lee libros tristes (todo el año)”. 

Desde niña, asocio las vacaciones estivales con montañas de libros para devorar. Lo hacía cuando era pequeña porque veía a mi madre y, siendo ya mayor, cuando viajábamos juntas, casi competíamos a ver si cada día leíamos un volumen. Ahora, me encuentro de vacaciones y, de momento, voy a libro por día y medio. Tampoco está mal. Será porque no tengo con quien competir. 

Él dice que además de libros tristes, solo me gusta la música triste y las películas tristes. He aquí mis tristezas literarias de las últimas jornadas bajo el sol de Cerdeña:






Duelo, Eduardo Halfon. No quiero ‘destripar’ ningún volumen. Éste es pequeñito, 106 páginas, y trata sobre los secretos familiares. Me quedo con el final de la página 99, cuando explica que en hebreo existe una palabra para describir a una madre cuyo hijo ha muerto: Sh’khol. 







La mujer singular y la ciudad, Vivian Gornick. Me fascinó Apegos feroces y éste también me ha conmovido. Por cómo retrata el paso del tiempo, el miedo a la soledad, la evolución de los lazos maternales, de las relaciones entre amigos, del cambio en la mirada hacia el lugar del que se procede, el barrio… Alegre, alegre éste tampoco es.






Con rabia, Lorenza Mazzetti. De ella había leído El cielo se cae, hace algún tiempo. De hecho, no consigo recordar el argumento. Pero éste es bestial. Por la violencia de la muerte, la dureza de la adolescencia, la profunda grieta que separa a hombres y a mujeres… Quien prefiera el otoño para lecturas conmovedoras y realistas, que lo apunte.




Noches azules, Joan Didion. María y Marta me regalaron El año del pensamiento mágico por mi 40 cumpleaños. Hasta entonces no había oído hablar de Didion y me conmovió profundamente. También lo hizo el documental sobre ella, El centro cederá, rodado por su sobrino Griffin Dunne. 

Ahora, las memorias en torno a la muerte de Quintana Roo, la hija de la autora, después de que falleciera su esposo -duelo recogido en El año- me han provocado, asimismo, mucho silencio. Me quedo así cuando los libros me llegan profundo y casi no puedo explicarlo.

Me gusta el estilo de ella cuando repite una frase, una y otra vez, y lo marca, además, en cursiva. Por ejemplo: “Cuando hablamos de mortalidad, estamos hablando de nuestros hijos”. 

En cuanto suba este texto, volveré a sumergirme en La España vacía, de Sergio del Molino, que en cierta medida también versa sobre el duelo.

Lo dicho, Ana y él me conocen bien.

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