Dos meses después


El día de nuestra boda, Miguel me dijo que ganaba una hija y yo un padre. Aquello, en el fondo, no me gustó porque pensé que nadie podía sustituir a mi padre. Nunca lo sustituyó, pero me quiso mucho y espero que él sintiese que para mí era alguien muy importante.

Ayer, James Rhodes, cuyo libro Instrumental es bestial en todos los sentidos y que recomiendo, publicó en El País Semanal unas líneas acerca de la muerte de su madre y de cómo le faltó decirle una cosa más. Ella, sin embargo, que conocía su final, le escribió una última carta. Ojalá yo hubiese podido decirle algo a Miguel, decirle que gracias por haber sido mi otro padre. 

Ahora ya no está. Ayer hizo dos meses de su muerte, inesperada en parte, previsible también. En los últimos tiempos la muerte ha hecho presencia en mi vida, así, sacudiéndome, dejándome sin minutos extra para reaccionar. Por lo tanto no sé si es mejor así o después de una larga enfermedad. Me parece una putada en cualquier caso cuando se trata de un bebé o de alguien como Miguel, que tenía tanta vida por delante, a sus 70 años. 

Lo cierto es que en la actualidad esperamos ser eternos y eso nunca será, pero acostumbrarse a la muerte cuesta. De modo que ahora vivo inmersa en un nuevo duelo. Y lloro casi cada día porque la cara de Miguel con su sonrisa vuelve a mí, también cada día, varias veces. 

También vuelve su voz y sobre todo una frase: '¡Umm, qué bueno!'. No quiero olvidar su manera de pronunciarla. A él, como a mí, le encantaba comer, siempre tenía buen apetito. Recuerdo alguna comida que compartimos solos, él y yo, en Los Chanquetes. ¡Y qué rico nos sabía todo!

Ahora ya no está. Y lamento no haber caminado con él. Me lo dijo al menos en una ocasión y yo, en mi línea, fui sincera -o borde- y le dije que quería caminar sola. Ahora lo lamento. 

Sin embargo, mi padre tuvo la suerte de realizar con Miguel diversos caminos. Por eso, mi padre también le echa tanto de menos. Hoy, precisamente, me ha dicho que caminando se conoce muy bien a las personas y que él siente agradecimiento por haber tenido la oportunidad de haber estado con Miguel. 

Recorrieron el Camino de la Lana. Primero desde Sigüenza a Burgos, pensando que no podrían y, después, demostrado que sí, se calzaron de nuevo las zapatillas y empezaron por el final. Pero el corazón le dio un susto a Miguel y causaron baja. Mi padre sueña con concluirlo en homenaje a Miguel, ojalá pueda caminar a su lado, al de ambos. También recorrieron parte de la Vía Francígena, en Italia. 

Siempre pensé que a Miguel le hubiese encantado ser becario en nuestro añorado alberguito, Check In Rioja. No tuvo ocasión porque siempre andaba liado con mil proyectos. Cuidando de la familia, trabajando y contribuyendo, pese a estar jubilado, a favor de una mejor sanidad pública y también a favor de sus pueblos, Sigüenza y Morata de Jalón. 

Creo que Miguel nunca decía que no. Tampoco se enfadaba y jamás le oí hablar mal de alguien. Le caracterizaba la calma, la alegría y la buena disposición. Era solidario, culto y muy amable. 

Le gustaba la música, y fuimos el pasado año a ver a Rosendo. 

Le gustaba viajar, conocer nuevos lugares, y viajamos, en más de una ocasión, a Bilbao en Santo Tomás, para celebrar su cumpleaños, comer talos y acercarnos al mar. Allí, en Bilbao, murió hace dos meses.

Las lágrimas me impiden continuar, pero quiero que quede aquí la misma canción con la que le despedí en el cementerio: La edad del cielo

Miguel, gracias por haber sido así y haberme acompañado durante estos últimos 8 años. Me hubiese encantado poder haberte dicho una cosa más, papá.

Comentarios

Entradas populares