Días extraños


Están siendo días extraños y esto no ha hecho más que empezar. Algunos psicólogos aseguran que el quedarnos en casa durante el fin de semana no ha sido tan difícil como lo será de lunes a viernes. Y más a medida que pasen los días. 

Yo llevo en casa desde el jueves a mediodía. No entiendo a los irresponsables que se han ido a los pueblos ni a los que han salido a correr o a la Sierra de Madrid. Éste no es el momento. 

Llevo varios días con la lagrimilla asomando. Mucho más desde que esto ya tiene el calibre de una situación extraordinaria, no por lo guay, sino por lo desconocido hasta la fecha. 

Echo mucho de menos a mi familia. A mis padres, hermano Pablo y sobrinos, que están juntos. Y mucho, muchísimo al bro que está solo en Logroño. Dice que se encuentra bien, pero ya le he dicho que no siga su táctica de no querer preocuparnos porque a mí no me mola. 

Hoy hablamos y, como siempre, él le encontró el tono de humor a su aislamiento diciendo que al no tener guantes, cuando vaya a la panadería, cuando se le agoten las latas de sardinas y las patatas que tiene, irá con calcetines en las manos de esos de colorines que yo le regalo cada Navidad. 

Llevo varios días con la emoción a flor de piel. Pusimos un cartel en el portal ofreciendo nuestra pequeña ayuda a quienes no puedan ir a comprar o a la farmacia. Y aunque esto de la gentrificación, mejor dicho capitalismo, ha provocado que cada vez queden menos ancianos en el centro de la ciudad, en nuestro bloque vive Manuel. Tiene 87 años y, afortunadamente, él sí nos está pidiendo ayuda. 

He llorado un poquito también al poner este cartel en el ascensor. Espero que mis vecinos noten a energía.



Al escribir la nota en un cuaderno que me regaló mi compañera Susana, he valorado lo bueno que es tener trabajo, ahora que tantos están en riesgo, y la suerte que yo especialmente tengo por compartir tareas con un equipo como el de Idónea Comunicación. 

He llorado mucho al conocer esta noticia de El Heraldo de Aragón porque aunque ellos no han querido que trascienda su gesto solidario, han sido Ana y Rafael, vecinos de mi #pueblitobueno, Arándiga, quienes lo han hecho. He llorado a moco tendido... 

He llorado al saber que muchas personas están abandonando a sus perros por miedo al coronavirus. Deberían tenerse miedo así mismos. A nada más. Cuando esto pase, porque también pasará, esperamos poder adoptar finalmente a Granada. Ella nos esperaba precisamente este viernes, pero no pudo ser. 

Me emociono cada vez que llamo a mis tías para saber si han alcanzado los 10.000 pasos en su pisito. 

Lloro porque 12.000 niños en la Comunidad de Madrid realizan únicamente la comida que les brindan en el comedor. ¿Y ahora quién los alimenta?

Lloro porque las personas sin hogar están más abandonadas que nunca. ¿Ellos sí pueden estar en la calle expuestos al contagio? ¿Ellos no importan? 

Me emociono fácilmente, pero es a ratos, porque en general siento fuerza y agradecimiento porque yo tengo un hogar, tangible y otro emocional, que son amigos y personas especiales. 

Comparto aquí un texto que mi prima, Mar de Alvear, publicó en El Hedonista sobre crear hogar en estos días extraños. 


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