"Me encantaba la vida"


Estoy en el pueblo, donde suelo sentir nostalgia por otros tiempos. Hoy, sin embargo, la nostalgia no viene de aquí, viene de mi otro pueblo, Monteagudo de las Vicarías, Soria. 

Esta tarde he visto junto a mis padres una película: Muchos hijos, un mono y un castillo, dirigida por Gustavo Salmerón y protagonizada por su familia, con su madre, Julita, como estrella indiscutible. Hoy ha sido la sexta vez que veo esta película, y como las anteriores, me he muerto de la risa. Hoy, mucho más, si cabe porque eran carcajadas compartidas con mi madre. 

En las pocas escenas en las que interviene el padre, silencioso, discreto y en un segundo plano, sin venir a cuento, mi madre ha dicho: "¡Yo no trato así a tu padre!". Esto ha venido porque antes de empezar la película le he dicho a mi madre que Julita me recordaba a ella. 

Cuando la mujer dice que su infancia fue difícil, pero que su familia siempre le hizo vivir la Navidad con mucha felicidad, tanto mi madre como mi padre han dicho: "¡Qué bonita era la Navidad!". El caso es que luego durante la cena, mi padre no recordaba apenas sus navidades, pero mi madre sí.

Y ha sido una cena muy bonita. 

Ella ha recordado que le encantaba ir a recoger musgo para los belenes, aunque ella no tenía, pero ayudaba a montar los de la mitad del pueblo. 

Ha recordado ir a pedir el aguinaldo y que le encantaba sobre todo en su otro pueblo, el de su madre, Almaluez, a unos kilómetros de distancia. Les ponían Reyes en el balcón, y sabían perfectamente que era su madre, y ellos la escuchaban prepararlo, pero claro, no decían nada.

Ha recordado el escaparate especial por Navidad con juguetes y turrones, anguilas de mazapán, en la tienda de la carretera, la de los tíos de su amiga, Andrea. 

Es fascinante cómo recuerda los nombres y casi cada detalle. 

Ha recordado que durante la matanza, otro momento del año que le volvía loca, ella le llevaba al veterinario una muestra de la lengua del cerdo para saber si tenía triquinosis. Cómo con el agua de las morcillas hacían una sopa riquísima con pan y nueces. Y ha recordado también cómo muchas casas tenían cerdo y se vivía la matanza como una fiesta comunitaria en el que participaban también quienes no tenían la suerte de contar con su propio animal. 

A la memoria de mi madre ha vuelto un ingeniero francés y su hijo, de la edad de ella, que se llamaba Eric. Estuvieron al menos tres años durante las obras del canal del pantano. Dice mi madre que la mujer llegó en el autobús con un gran ramo de lilas... Ah, y tuvieron un zorrito como mascota.

El baile de los domingos en el antiguo bar, que yo conocí abandonado y al que me encantaba asomarse por la puerta. Tenía dos plantas, en la de arriba, dice mi madre, que había un gran café, y abajo el baile. En esas tardes de baile, en la puerta se ponía la Tía Paula, que era la confitera y vendía martillos de caramelo rojo. También tenía una ruleta, vendía cartones y rifaba caramelos. Y claro, cómo a los chicos y chicas no les dejaban entrar al baile, ellos bailaban fuera, en la calle. 

Entonces es cuando mi madre ha dicho: "Me encantaba la vida". 

Daría muchas cosas por colarme en esa época y verla de cerca. Monteagudo de las Vicarías es un lugar muy importante en mi vida, y también recuerdo detalles que a veces me parecen lejanísimos. Los bares y tiendas que hubo, con mostrador de mármol. La lechería, la estación y los trenes que pasaban cada tarde... no sé si de verdad pasaban con mucha frecuencia, pero mi memoria dice que sí.

Bueno, que me pongo melancólica. Voy a pensar como Julita que así es la vida.

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