Entre el Alentejo y el Algarve: el paraíso




He conocido el paraíso.
Pero no diré el nombre; es un secreto entre ellas y nosotros. 


Sucedió suspirando con los bollos suizos, bueno, realmente, portugueses, que trajo el panadero-móvil; el pan tostado con jamón y queso; la tarta de chocolate y los pasteles de nata.




Sí, fue, en la terraza del Snack Bar. Con un café y ese zumo de naranja con tanta pulpa, que a ellas les repuso de la resaca de aquel licor de madroños y, a nosotros, de la pereza furgonetera.

Hablando de esas bolas del pecado, como masa de Donuts frita y rellena de crema o no; y charlando de mil y una cosas, sin conocernos, así hicimos el pacto:
"No diremos a nadie cómo se llama este lugar. Prometido".

En el límite entre el Alentejo y el Algarve, al final de una carretera con curvas, asomada al Atlántico. Allí descansan, a los pies de una pequeña colina, apenas 20 casas, tres bares familiares, ninguna tienda y un solo puesto de abalorios.



Está al margen de las rutas turísticas y es descubierto por despistados en furgoneta, que nada tienen que buscar y sí mucho qué encontrar. Los que sí descendimos la cuesta, quisimos quedarnos allí. Eternamente.

Con ellas, y antes con la pareja de vascos, pronunciamos las palabras: "Este lugar es demasiado bonito. Demasiado especial. Es el paraíso".

Perfecto para decir adiós a la vida anterior y, sencillamente, releer Cien años de soledad; volar la cometa; escribir mensajes en la orilla del océano; buscar nada y todo en la arena.







(© Fotos Cardamomoyclavo)

Decidir hacer lo más importante: ser felices.

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