Aquellos oficios. Aquellas personas

Cuando vamos a su casa de Soria, mi madre suele recordar aquella otra vida.

La de la infancia y juventud en su pequeño pueblo llamado Monteagudo de las Vicarías. Ahora, son pocos los que lo habitan y alguno más el que, como nosotros, aparece de vez en cuando. No porque no quiera sino porque la rutina hace que pasen los días. Irremediablemente.

Cuando vamos a su casa de Soria, mi madre suele recordar aquellas personas que, siguiendo los ciclos de la naturaleza, de los campos y los animales, aparecían por la casa familiar. Desempeñaban oficios hace tiempo extintos, que ya no volverán pero que no deberíamos olvidar.

Mi madre recuerda a los segadores, que procedían de Alicante y que se comunicaban, entre ellos y desde la lejanía, con una concha marina. Yo que siempre he pensado que ese sistema era una fábula inventada.

No olvida a los esquiladores y añade que su llegada y su actividad suponían una fiesta en cada casa. A ella le invitaba su primo Vicente y respectivamente.

El matachín era el especialista en dar muerte al cerdo del que, como se sabe, se aprovecha todo. En una habitación de casa todavía se mantienen los ganchos de los que colgaban las piezas.

En algún momento, también aparecían y suponía una novedad, aunque fuera la visita de cada año, quienes arreglaban los colchones de lana, los calderos de cobre y los que fabricaban sogas. Entonces, se utilizaban. 

Pero creo que la persona que más simpatía despertaba a mi madre era él. El fideero, sí, ese señor que llenaba la gran mesa de la cocina con harina, agua y poco más, y hacía fideos durante horas. 

A mí seguro que también me hubiese hipnotizado. 

Aquellos oficios. Aquellas personas que ya no volverán. Y claro, yo no tengo fotografías de ellos.

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