De cruasanes y palmeras

Recuerdo un verano en el que estaban mis primas con nosotros. El panadero del pueblo de al lado venía en la furgoneta y mi madre compraba bolsas de cruasanes. Por encima, tenían una capa de fino almíbar... 

A veces no llegaban a la tarde. Y mi madre solía esconderlos en algún lugar. El habitual -y que conocíamos de memoria- era esa olla grande de color rojo en la que, llegado el mes de septiembre, preparaba las conservas.

Hasta aquí todo parece normal. Pero no lo es porque adquirir cruasanes en mi pequeño pueblo no era tarea fácil. Ni donuts u otras delicias, quizá por eso, en la actualidad, sufro tal adicción.

Me encantan los cruasanes. Sobre todo, con leche fría y cola cao. 

Los de la panadería de la Avda. Navarra, Viena, en Logroño.

Los de esa cafetería de otra época de la Plaza San Ildefonso, en Madrid. Nunca sé cómo se llama pero sí sé que me gustan sus cruasanes. No son demasiado dulces y me encantan.




Ahora, todo el mundo habla de los de Fonty. Así que he ido y he regresado, pero he llegado tarde para probarlos. Parece ser que, a partir de media tarde, no suelen quedar. Se agotaron: todos.

En su lugar, y dado que fui dos tardes seguidas, opté por otras cositas:





(© Fotos Fonty)

Y si los cruasanes, con sabor a mantequilla, ni 'chiclosos' ni tampoco con demasiado hojaldre, me fascinan, qué decir de las palmeras de chocolates o de las recubiertas con confitura de melocotón.

En Pamplona, son deliciosas las de Confiterías Goya, todo un clásico de Vitoria que cuenta con sucursal navarra. De sus famosos vasquitos y nesquitas hablamos otro día. Seguro que la lata os suena.


(© Foto Confiterías Goya)


Y si continuamos en Pamplona buscando bollos y otros dulces, ese obrador humilde de la calle Estafeta del cual desconozco el nombre, ¿Beatriz?, es la mejor dirección para pecar... ay, de sus mini napolitanas con chocolate con leche o blanco.

¡Ay, ay! 


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