Silencio

Somos duros con nosotros mismos. Lo somos con más frecuencia de la debida. Solemos ver lo negativo, aquello que estaría bien modificar, mejorar. Nos reñimos a nosotros mismos por no alcanzar cambios sustanciales y no nos fijamos en todo lo bueno. En aquello que poseemos de forma natural y que hace que la gente se sienta bien cerca de nosotros, que nos necesite, que le guste nuestra sonrisa, nuestra manera de hablar y lo que decimos. 

Aprendí (aunque a veces lo olvido, lo reconozco) que las palabras que elegimos para expresar nuestras emociones nos definen. Creemos que son ésas las adecuadas, que son las que definen lo que experimentamos, pero no siempre es así. Las elegimos una y otra vez por costumbre, porque hemos creído que así vemos el mundo: con adverbios que significan blanco o negro, y no un tono gris. Yo intento elegir de forma consciente (porque espontáneamente salen los primeros) términos que describan menos intensidad. 

Hace unos días leí un artículo en Thrive Journal y recordé que si intentamos cambiar nuestro vocabulario habitual apreciaremos un cambio en cómo pensamos, sentimos y vivimos. Según el autor del texto, el problema es que con frecuencia no elegimos conscientemente las palabras para describir nuestras emociones. Usamos las de siempre, sin apenas analizar qué emociones vivimos. Y claro, nos repetimos una y otra vez la misma versión de los hechos, de los sentimientos.

Recientemente, además, compartí en mis redes sociales otro texto muy interesante sobre el hábito tan cotidiano de quejarse. Hice propósito de enmienda y procuro escucharme antes de hablar para así no quejarme sobre cuestiones banales. 

Por ejemplo, estando en el cine, observé que la mayoría de la gente comía helado. Yo no lo hice porque el tema de la talla se me ha ido de las manos. En lugar de pensar que eran unos traidores, por decirlo suavemente, pensé en que eran unos afortunados. No solo eso sino que además, durante unos minutos, imaginé el sabor que cada uno había elegido. No sé si acerté pero me gustó ver cómo la mayoría disfrutaba del helado sin prisa, sabiendo que se estaba acabando, cucharadita a cucharadita. ¡Menos mal que empezó la película y dejé de imaginar!

En inglés resulta divertido intentar llevar a cabo mis nuevas buenas intenciones. Apenas conozco vocabulario de queja, de hecho, casi todo me resulta 'lovely' o 'amazing'. Me he vuelto una cursi. Por otro lado, voy a todas parte con un cuaderno de vocabulario y cada día intento pronunciar tres nuevas palabras. A veces sucede que repito constantemente las tres nuevas adquisiciones. 

Sé que mi lengua materna se merece algo parecido dada la cantidad de palabras que me brinda y que desconozco. Voy a planteármelo, pero paso a paso. Sin urgencia, sin exigencia. 

¿Silencio? Titular no es mi fuerte, creo que a estas alturas todo el mundo lo tiene claro. Sí, dije silencio. Y dije que con frecuencia solo subrayamos lo negativo y no ensalzamos todo lo bueno que tenemos. Si bien, voy a expresar un pequeño deseo: me gustaría ser más silenciosa. 

No solo me refiero al volumen de mi tono, que me consta que no es discreto. También en la elección de palabras que suenen suave, en mis movimientos, por ejemplo, ser silenciosa al entrar en un café o en cualquier otro espacio. 

Me gustaría que mi presencia se percibiera pasados unos segundos. Y que no levantará demasiado viento. Sí, me gustaría ser silenciosa. O más silenciosa.

Esto no significa no hablar o expresar mi opinión. Hacerlo pero después de haber escuchado, más y mejor. Me gustaría hablar menos.

Quizá así podría percibir sonidos, matices que se me escapan. En silencio seguramente escucharía mejor mis pensamientos. Y elegiría nuevas palabras. 

Ser silenciosa... Me gustaría, como deseo, como intención, pero no como dictado. 




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