Un banco, en cualquier lugar





Un banco, en cualquier lugar, siempre es una buena idea. Siempre. (Ya estoy con las palabras radicales. Ya olvidé encontrar un punto intermedio entre el negro y el blanco) 

Dije que no soy coleccionista, pero quizá lo sea. Me gusta coleccionar fotografías de bancos. Lo cierto es que es en mi memoria donde las archivo porque, tarde o temprano, las borro del móvil o de la cámara.

Quizá mi afición por los bancos comenzó en la infancia. Cuando junto a mi padre grabé mi nombre en nuestro banco de madera.




Un banco siempre es una buena idea, esté dónde esté. (Otra vez...) Y mira que he encontrado algunos impensables. Por ejemplo, aquel en Finlandia, en el interior de un bosque iluminado desde bien temprano por la luz estival que nunca acaba. 

Era perfecto salvo por los mosquitos tan tremendos como los de Escocia y porque llegar hasta él y tomar asiento era prácticamente imposible. Pero era uno de los bancos más especiales que he encontrado por azar.  






Los situados junto al mar, un río o un lago juegan con ventaja. No cabe duda. Aunque la niebla impida ver más allá, en este caso, el mar, en Mull of Galloway






En la Isla de Whithorm, tras una noche de auténtico miedo, encontré éste. Y no era el único. Junto al pequeño faro había multitud de bancos, y todos situados en lugares increíbles.






Porque sentarse y respirar mar funciona, un banco siempre es una buena idea. Con un picnic, mucho mejor. A mí me gusta preparar algo de comer y sentarme en mi banco favorito en Kingholm Quay. 

El río Nith no deja de sorprenderme. Por su caudal, su ritmo, ahora sube ahora baja... por todas las aves que en él habitan o lo frecuentan y que a mí me dejan atónita. 

También me he detenido en alguno de los bancos de hierro que hay a lo largo de Dock Park. Gracias a una placa, aquí les encanta poner carteles en referencia a casi todo, supe que el primer banco data de 1828, fue donado por el hospital y dedicado a 'los pobres enfermos'. El último es de 1899. 

Y a mí que me gusta pensar en quienes habitaron, frecuentaron y disfrutaron de los lugares antes que yo, me fascina imaginar tantas y tantas tardes frente al río, al sol, o mejor dicho, bajo la lluvia.







Cuando era niña, en el pueblo de mis veranos, Monteagudo de las Vicarías, no había bancos. Había poyos, que eran, en mi opinión, mucho mejor. Justo frente a nuestra casa, había uno, el de (la) Conrada, esa vecina tan simpática...

Pero sucede que el hombre se empeña en eliminar elementos tan útiles como un banco de piedra en el que sentarse con los vecinos y disfrutar de las noches de verano. Y guardar silencio para atender al canto de la lechuza y a su tremenda respiración. Ella también desapareció hace tiempo.  

Nos empeñamos en eliminar lugares que invitan al encuentro. Porque sentarse junto a un desconocido puede ser el inicio de una conversación que te deje una huella o, simplemente, que te haga pasar un rato agradable. Nada más. Nada menos.

Porque un banco al sol suave del invierno o de la primavera es un regalo. Porque a veces se necesita uno para hacer tiempo, para esperar y otras porque sin un descanso no es posible dar un paso más. 

Pensando en el invierno, en Logroño, por ejemplo, existen algunos bancos con 'calefacción'. 

En Escocia encuentras bancos por doquier. La mayoría tiene una placa. Generalmente están dedicados a personas que fallecieron. Y yo que siento debilidad por los cementerios, los obituarios y este tipo de informaciones, las leo todas. 

Yo creí que todas las placas se referían a la persona que donó el dinero, que hizo posible ese banco. Pero he leído que en Reino Unido, los ayuntamientos brindan la posibilidad de pagar memorial seats, es decir, bancos, y dedicárselos a quien quieras. Quizá a un cantante, a un escritor o a una mascota. Según he leído, incluso, puedes decir en qué lugar quieres que se coloque. ¡Me encanta!

Mi mejor fuente escocesa, es decir, Catriona, me cuenta que en algunos lugares esta iniciativa está suponiendo un problema. Hay demasiada gente que quiere un banco en un espacio en concreto y no queda espacio para ello. Por ejemplo, me dice, dentro de la Universidad de Glasgow. 

El otro día, en el jardín cercano a casa, ése al que procuro ir cada día, aunque sea apenas durante unos minutos, reparé en que había unas flores precisamente en un banco. Me acerqué y mi imaginación voló.




Creí que los narcisos eran para la mujer mencionada, Carole, fallecida y a quien no olvidan por más que pase el tiempo. 

O quizá los llevó alguien que allí, en ese banco, vivió o sintió algo especial. Quizá tomó una decisión importante. 

Puede que allí esa u otra persona, en algún momento, se sintiera feliz. Liberada. Amada. Reconfortada. Y agradeció la buena idea que fue colocar allí un banco. 

Sea como sea, resulta bonito, ¿verdad?

Yo que soy un poco romántica para estas cosas, recuerdo algunos de los bancos en los que me senté en momentos clave de mi vida. Son bancos en los que lloré, besé, amé... 

Yo lloro en casi cualquier lugar. Soy una desvergonzada. Aún recuerdo aquella vez en un autobús que recorría el Paseo de la Castellana, en Madrid, cuando una señora, en el asiento de delante, se giró y me dijo: 'Quien te hace llorar así no merece tus lágrimas'. Gracias, desconocida, cuatro días después le dije 'bye, bye'. 

Pero no todo es drama en mi vida. También he buscado y encontrado fantásticos bancos en los que estiré mis piernas después de correr. 

Porque un banco, en cualquier lugar, siempre es una buena idea. Quizá romántica, quizá práctica, pero una buena idea, siempre.

Sí, dije, una vez más, siempre. 


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