Me hace feliz

El pueblito bueno me hace feliz. Muy feliz, incluso.

Y soy tan suertuda que tengo dos pueblitos buenos: Arándiga, en Zaragoza, y Monteagudo de las Vicarías, en Soria. Visitar cualquiera de ellos supone un chute de energía que hace que quede atrás el agobio del día a día, las preocupaciones por lo cuesta arriba que se pone la vida… El efecto, además, es inmediato.

Esta noche, en mi duermevela ya habitual han aparecido esas pequeñas cositas que me quitan el sueño… me he levantado y he dicho: ‘A sacudirse esto’.

El pueblito bueno en el que tuve la suerte de vivir la infancia y adolescencia, desde los 3 años y hasta los 17 años, cuando me marché a la universidad en Zaragoza, me hace feliz.

Me hace feliz correr, correr y correr. Aunque digan que hace calor: correr.

Que el campo esté verde fosforito de tanta savia que corre por plantas, árboles, arbustos, hierbas…

Que haya tantas flores y tan bonitas, y tan coloridas. Corro mucho, pero también me paro mucho y fotografío esta flor y esta otra también.

Que ahora corra el agua por todas partes, que las acequias bajen rebosantes. Y meter en ellas la camiseta y la gorra, ponérmelas y seguir corriendo.

Me hace feliz meter los pies en el agua, como hoy, en el Isuela a su paso por Nigüella.

Que mi amiga Ana me diga que vaya a coger calabacines. Qué suerte tener una amiga agricultora.

Que de camino al pan todo el mundo me salude y repita con sorpresa lo de siempre: ‘Pero si es la María, la de la farmacia’.

Que el pan del Jesús (nótese que en Aragón las personas nos llamamos con artículo, y tan ricamente) siga siendo el más bueno del mundo. Me hace feliz su olor, cómo cruje y, por supuesto su sabor, tanto que desde la panadería y hasta casa le doy tal paliza que llega media barra.

Que mi padre diga: ‘¡Cómo me falla la cabeza y el culo!’, y que nos riamos mucho.

Me hace feliz el risotto que cocina mi madre.

Me hace feliz tener un pueblito bueno como éste, como Arándiga, donde siento mi verdadero hogar.