Pequeños trucos

En unas horas concluirá el mes de abril. Ay, y el coronavirus nos lo ha robado, que cantaría Sabina

El tiempo pasa volando, pero no, cada día sigue teniendo 24 horas. Ahora, cuando toca a su fin el mes parece que ha sido rápido, pero qué va, pesa, pesa bastante el confinamiento. Mucho más desde que está claro, por si no queríamos creerlo, que quienes tenemos a nuestros seres queridos fuera de la provincia en la que residimos, en mi caso Madrid, no les veremos... dicen que hasta finales de junio, yo quiero ser sincera conmigo misma, es decir, ya en julio.

Y esto pesa. Me pesa desde hace un par de días. Tanto que a mí que me chifla regodearme en la tristeza, he buscado el documental de 100 días de soledad, realizado por José Díaz.




No es la primera vez que lo veo, pero quería, ahora, observar con otra mirada su resistencia durante más de tres meses. Necesitaba, además, asomarme al frío y a la naturaleza que dicha experiencia le brindó en la reserva de la biosfera de Redes. 

Hace unos meses supe que las impulsoras de Taller Silvestre, Alina Macías y Verónica García Bellina, programaban una idea fascinante junto a él, precisamente en dicho lugar. La propuesta tenía también al fotógrafo Paco Marín y a Irati Herrero, creadora de Memimo Lab, como protagonistas. Me parece muy sugerente, qué maravilla... se ha pospuesto, ojalá que sí se celebre y que quienes la vivan, disfruten. 

Bueno, que en estos días de soledad íntima, aunque tenga al mejor compañero posible para vivir, resistir y keep walking -aunque sea en casa, con riesgo de lesionarme las rodillas-, estoy encontrando pequeños trucos para atravesar mis sentimientos.

Como digo, muchos de ellos nada tienen que ver con la alegría, el entusiasmo o la euforia. Son, sinceramente, más parecidos al susto, la tristeza, el pesimismo, el miedo, la incertidumbre...

Sí, a mí no me gusta mirar hacia otro lado. Prefiero atravesar las emociones sabiendo cuáles son y qué consecuencias tienen: irascibilidad a veces, lágrimas otras... 

Así, me he refugiado en libros tan preciosos como Invierno, escrito por Rick Bass. Me fascinó el párrafo en el que cuentan una leyenda sobre el frío. Tanto, tanto frío hacía que las palabras se congelaban, era preciso recogerlas, descongelarlas y luego ponerlas en orden. 

Puede que sea lo más bonito que he leído en mucho tiempo. 




Me ha emocionado también Caminar, editado por Nórdica. Se lo regalé a mi padre y en la última visita que le hice, por azar, lo cogí. Pensé en devolvérselo pronto. Ya veis, pronto... ¡Cómo cambia la película de la noche a la mañana!






La capacidad para concentrarme leyendo me salva de esta situación. No quiero dejar de mencionar otro libro que me hizo llorar muchísimo. Sí, hacía tiempo que un libro no me provocaba llanto. Y cuando digo llanto, es llanto con hipos incluidos. 

Me refiero a Una educación, de Tara Westover, editado por Lumen. Todo lo que se diga sobre este libro es poco. Leedlo. Cuando sea, no ahora, no con urgencia, cuando llegue el momento, pero anotad el título. 

Por último, mis sentimientos poco alegres y yo hemos encontrado refugio en una serie, también de Netflix: After life




Me tragué, literalmente las dos temporadas, en una sentada y media. Lloré porque volví a echar de menos esos paisajes británicos, Escocia... 

Lloré por quienes hemos perdido, por los que perderemos, por lo poco que a veces valoramos el amor de los que tenemos cerca... por lo poco que pensamos en el que tenemos enfrente, nos enfadamos, nos creemos superiores, nos cuesta empatizar con la situación de cada uno. A veces, yo soy la primera que solo pienso en mí, en mí, y luego, también en mí. 

Ya falta menos para que llegue julio. Entonces celebraremos el cumpleaños de mi padre, de mi madre y de mi hermano mediano, que han sido y van a ser en este confinamiento. Espero que lo hagamos cuando sea el de mi hermano mayor. 

Sí, habrá que esperar a julio. Cuidémonos mientras tanto. 


Comentarios

Entradas populares