Yo no voy a volver igual





Llevo más de un mes en casa, sin salir. 33 días. Mañana serán 34. Yo no he sacado ni la basura. Se ocupa él, y también de comprar cada diez días para nosotros, para Manuel y para las mujeres mayores de la familia que tenemos, por suerte, en el mismo barrio. 

Pero mi rutina no es el tema de este post. Es que no quiero volver a la vida de antes. Y no soy la única. 

Ayer leí y compartí (porque es lo que hacemos en estos tiempos, a veces, sin leer, incluso) un artículo de Carlos Candel: link

Me removió mucho. Porque si la normalidad era la vida antes del 12 de marzo, yo tampoco quiero volver a esa situación. 

No quiero tanta desconexión. No quiero tanto tiempo dedicado a asuntos banales. No quiero obligaciones que chocan con mis valores. No quiero y voy a cambiar. Será lentamente. 

Esto me recuerda al Camino de Santiago. A esa sensación de calma cuando se camina y esa certeza de que a la vuelta modificaremos conductas. Luego, sabemos que llevar a cabo ligeras modificaciones es un triunfo. También sabemos que los cambios no pueden realizarse de manera radical. ¿O quizá esta vez sí?

Al confinamiento o llámese estar en casa sin luz natural, se suma el echar de menos a quienes verdaderamente me importan. En estos días, he recuperado el contacto con personas y he vuelto, como en el Camino sucede, a revisar amistades. En estos días decía, estoy leyendo muchísimo y entre los libros se encuentra Lo rural ha muerto, viva lo rural, de Víctor Guiu. Me lo recomendó Ana, mi amiga de la infancia y de la adolescencia, aquella a la que recuperé hace poquito, ya avanzando ambas la senda de los 40. 

Aunque el subtítulo indica, Otro puñetero libro sobre la despoblación, no, no lo es. Que yo la urbanita que fue niña de pueblo se ha leído bastantes... 

Me está removiendo, al igual que el artículo de Candel. Incluso me hace sentir culpa porque yo también me fui del pueblo. A mi favor diré que procuro respetar a quienes viven allí y no suelo teorizar con soluciones fáciles. Admiro a quienes nunca se fueron y a quienes volvieron. Tienen toda mi admiración. (Y cierta envidia).

Viví en un pueblo desde los 3 y hasta los 17 años, y no comulgo con la idea de Arcadia feliz. Siempre he pensado que vivir en el pueblo no es fácil, pero en la ciudad creo que lo es menos. Al menos en términos de acompañamiento y apoyo. Eso que en estos días algunos nos esforzamos por recuperar en las comunidades de inmuebles céntricos de Madrid. 

Yo he hecho algunos cambios, de momento. Y si ha de venir alguno más, quiero que suceda paulatinamente. Sin imposiciones, con naturalidad. 

Nunca me gustó whataspp (¡O cómo se escriba!) y menos los grupos. Pertenecía a pocos, y ahora a menos todavía. He pedido a esas personas que nos comuniquemos como lo hacíamos antes. Menos, pero con mayor atención. Es decir, marcando el número de él o de ella. 

Quiero menos mensajes y más cafés. 

Me he descubierto a mí misma viviendo con tensión el que sonaran las notificaciones de mensajes. Así que llevo tres días con una nueva medida. A las 19.30 horas, tras hablar con quienes me importan de verdad, desconecto el teléfono y lo guardo en un cajón. 

Creo que muchas personas, entre ellas yo, somos esclavas de los teléfonos móviles. ¿Nos sorprende que un virus nos tenga retenidos en casa y no reflexionamos ni un minuto sobre esta esclavitud? 

Pienso hacerlo así a partir de ahora. Porque quiero que sea un gesto natural de la vida que yo decido vivir a partir de ahora. Dicen que para que se convierta en un verdadero hábito hacen falta al menos 21 días. En esas ando... lo de volver al pueblo hace tiempo que ronda mi cabeza, pero en el Camino aprendí a no ser siempre kamikaze. Todavía no. 

Pero algún día ejerceré allí de bibliotecaria junto a Ana... 

Y sí, claro que el Coronavirus pasará. Lo hará. Y que se lleve algo de quienes fuimos y lo sustituya por algo nuevo, depende solo de nosotros. Desde el plano individual y con la mirada en el colectivo. 


Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares