Ventajas de leer



He estado a punto de desaparecer de las redes. Y me ha gustado la sensación. Hace unas semanas, en un acto de sinceridad conmigo misma (¿con quién sino debo serlo?) me di cuenta de que me sacaba el lado más cotilla y aunque no invirtiera mucho tiempo, el gastado, era inútil. 

Me justifico diciendo que necesito las redes por mi trabajo, y en cierta medida lo es. Pero también me sirven para presumir de una vida supuestamente estable, bonita e incluso feliz. Ah, y culta.

Sí, porque yo las redes últimamente las he utilizado para presumir de cuánto leo y lo interesante que soy. Como si pasar páginas, unir una palabra con otra, y comprender su significado, fueran garantía de ser personas cultas. Y no, no creo que así sea, al menos, no siempre. Porque podemos comprar libros, presumir de supuesto gusto lector y hasta leerlos de principio a fin, pero que de ellos poco, o nada, quede. 

Leer al menos a mí, hablo por mí, me hace libre, me permite ensanchar la mirada, evadirme, aprender nuevas palabras, recordar algunas que apenas utilizo, vivir otras vidas, imaginar otros lugares e incluso sentir frío, humedad, o percibir determinados olores.

Si tuviera que resumir este año lector, diría que a través de las páginas de algunos libros he podido oler. Sí, de verdad, que lo he hecho, y he subrayado (a mí me encanta subrayar los libros) esos pasajes aromáticos. 

En ese afán por presumir, porque seguramente sea una vanidosa, comparto mi año lector, me temo que menor que el pasado, que fue verdaderamente devorador. 

Nuestra parte de noche, Mariana Enríquez. Este libro si algo me provocó fue inquietud, miedo, tensión, desagrado. Y a pesar de todo ello, me fascinó. Altamente recomendable. Poco tiene que ver con el estilo de lecturas que elijo, pero lo volvería a leer sin dudarlo. 

Artemisia, Anna Banti. Fue una propuesta del club Tinta Fina, y no pude con él. Lo abandoné. Así que poco puedo añadir. 

Feria, Ana Iris Simón. Oía hablar de este libro una y otra vez, y en una visita a mi librería de cabecera, Nakama, me lo llevé junto a Panza de burro, firmado por Andrea Abreu. 

Ambos fueron engullidos casi sin parpadear. Del primero me quedo con la nostalgia, con el recuerdo bonito de los abuelos, con la mirada hacia la infancia, esa etapa en la que todo parece limpio. Y del segundo, del libro de Abreu, destaco el uso del lenguaje, la oralidad y la autenticidad de lo canario. Me hizo boom en la cabeza por la frescura. Y desde aquí, manifiesto mi honda enhorabuena a ambas autoras. No dejéis de escribir, por favor. Os estamos esperando. 

Simón, Miqui Otero. Lo devoré durante un fin de semana en el que la cama me pareció el paraíso. Me gustó muchísimo, me provocó nostalgia (sí, mi naturaleza siempre tiende a ella) por el tiempo que no volverá. Muy recomendable, que no asusten sus más de 350 páginas. 

Miss Marte, Manuel Jabois. Arrastrada por la fama que acompaña a Jabois, yo también sucumbí a este libro tras el éxito del anterior. Si Malaherba, que ése es el título del libro previo, me gustó mucho y lo leí en un vuelo Madrid-Lanzarote, sin levantar la vista, diré que éste me parece un encargo de la editorial para aprovechar el revuelo. No me gustó especialmente. 

El olor del bosque, Hélène Gestern. Maravillosa lectura, sencilla, amena, sin grandes pretensiones, pero dulce, armónica y balsámica. Me introduje en el bosque y percibí su olor. Es especialmente bonito y aborda uno de mis temas fetiche, el duelo, el paso del tiempo, la vida, en definitiva. 

El millonésimo círculo, Jean Shidona Bolen. Quienes me conocen de verdad saben que me atrae el tema de las energías y también la naturaleza femenina. Este año, durante la primavera, puse en marcha un círculo de mujeres y este pequeño libro me ayudó.

La invención ocasional, Elena Ferrante. Ni frío ni calor.  Selección de relatos publicados en The Guardian, supongo que también fruto de la moda que internacionalmente cosechó Ferrante con la saga sobre las amigas de Nápoles. Esos libros sí que los recomiendo. 

Manifiesto por la lectura, Irene Vallejo. Como El infinito en un junco, es un libro perfecto para regalar a quienes aman los libros. En una obra chiquitita, pero inmensa, como casi todo a lo que nos tiene acostumbrados la discreta y generosa autora aragonesa. Una maravilla, sin duda. 

Rewind, Juan Tallón. Fue la segunda lectura del curso 'tintafinero', y me encantó. Muy mucho. 

De vidas ajenas, Emmanuel Carrère. Volví a este libro cuando me sumé como dinamizadora de la tertulia literaria de Derecho a morir dignamente Madrid. Sigo perteneciendo a la entidad, que tanto hace por el buen morir, pero aparqué la tertulia porque en un punto de este año, que ahora acaba, detecté demasiada actividad. Y bajé el ritmo. Releer esta obra de Carrère -que en su día me recomendó Anabel- me gustó mucho, volvió a removerme porque es un libro devastador sobre la vida, así, en minúsculas. La vida en un instante. O casi. 

Gracias a esta tertulia, que me conectó con personas muy interesantes, volví a leer otros dos libros que no me cansaré de recomendar: Tiempo de vida, Marcos Giralt Torrente, y La mirada de los peces, de Sergio del Molino. Sí, me gusta mucho la literatura sobre duelo y muerte, aunque confieso que en los últimos tiempos me apetece menos. 

El amigo, Sigrid Nunez. Es una pequeña obra sobre la amistad, el derecho a poner final a la vida, la misma que pasa, que cada vez pesa más, tanto que a veces se enreda, y sobre el amor tan puro de los animales. Le dediqué un post, si lo queréis leer, lo encontráis aquí. Desde su lectura, cada dos por tres, le preguntó a Lala si está bien, cómo se siente. Creo que ya lo hacía, pero sin ser consciente de cuánto me preocupa que ella esté tranquila, a nuestro lado. 

La tienda de la felicidad, Rodrigo Muñoz Avia. Lo leí de principio a fin aunque definitivamente me pareció una tontería, que ni siquiera me provocó media sonrisa. No lo recomiendo. 

Recuerdos de un jardinero inglés, Reginald Arkell. Desde que lo vi en las librerías y redes, me llamó la atención el título. Lo británico me atrae y la editorial, Periférica, me gusta bastante. Así que irremediablemente cayó en mis manos. Es una lectura amable, sencilla, bonita y con más profundidad de la que aparenta. 

Llévame a casa, Jesús Carrasco. Intemperie me pareció una obra maestra y lingüísticamente un diamante. La tierra que pisamos, me dejó un poquito fría. De modo que abrí el último libro de Carrasco con prudencia, sin expectativas. Y me encantó. Retrata una realidad demasiado real para muchos de nosotros y quizá, leerlo en otros personajes, ayuda. 

Hamnet, Maggie O'Farrell. Posiblemente sea una de las obras de las que más se ha dicho y escrito en este año. Para mí supuso la segunda lectura de la autora irlandesa. Suscribo todas las alabanzas cosechadas, O'Farrell no se anda con chiquitas y seguramente es una de las autoras del siglo. Debo agradecerle la capacidad de sentir frío, humedad. Es un libro muy especial. 

La anguila, Paula Bonet. O no lo entendí o me pareció un libro raro. Luego, he leído y visto diversas entrevistas a la autora y no me ha arrojado ni un atisbo de claridad. No lo entiendo y, por tanto, no lo recomiendo. 

Tienes que mirar, Anna Starobinets. Maravilla absoluta editada por Impedimenta, que tan bien acostumbrados nos tiene a 'obrazas' literarias. Conecté con la lectura por mi experiencia personal y el hecho de haber vivido dos abortos, pero no se lo recomendaría a casi nadie. No sé, es un libro que puede llegar a provocar sensaciones desagradables. Ahora bien, quien desee leerlo que tenga claro que nadie dijo que la literatura, sobre todo la buena, debía ser amable. Ésta es una obra de denuncia social clave, la prueba de que no hemos avanzado tanto como creemos y que el futuro no es tan pacífico como algunos deseamos. No lo es en tanto en cuanto el aborto todavía criminaliza. Sobre la obra valiente y precisa de Starobinets escribí aquí

Insolación, Emilia Pardo Bazán. Tercera lectura de nuestro club, Tinta Fina. Lo compré tarde, lo empecé tarde y como supe que no iba a poder asistir y compartir sesión con mis compañeras, lo abandoné. Mal, muy mal. Lo mantengo en la mesilla porque no pierdo la esperanza. 

Aún no se lo he dicho a mi jardín, Pera Pía. Es la prueba de que afrontar la muerte con consciencia puede ser una experiencia luminosa. Eso sí, terrible, pero va a suceder, de modo que mirémosle a los ojos, frente a frente. Ella, Pera Pía, lo hizo y lo dejó escrito. Su testimonio es muy valioso y yo, desde aquí, le doy las gracias. 

Lluvia fina, Luis Landero. Confieso que hasta la fecha no me había aproximado a la obra del autor español. Entiendo, más si cabe, que venda lo que vende. Escrito a la perfección, este retrato familiar consiguió algo muy potente en mí: casi vomito. 

La buena suerte, Rosa Montero. Aunque en El País Semanal la leo prácticamente cada domingo, no puedo presumir de haber leído gran parte de su obra, apenas han sido un par de libros. Me gustó mucho, sí. 

Anhelo de raíces, May Sarton. Es otro libro que aparecía y reaparecía en redes. Lo compré en La Fábrica, otra librería que me gusta y de la que siempre salgo con algún tesoro cuando visito a mi amor. Sobre los lugares que la vida nos regala o que elegimos nosotros, sobre el tiempo que lleva sentirse en casa. Me gustó mucho. 

Algo alrededor de tu cuello, Chimamanda Ngozi Adichie. Hubo un tiempo en el que solo leía libros de relatos, pero abandoné la costumbre. Retomé el placer de obras breves, con un principio y un final, en las tardes de piscina de mi recién estrenado verano. A ella, a Chimamanda, siempre hay que leerla. Porque no todo es cultura de blancos, ni mucho menos. 

El huerto de Emerson, Luis Landero. Segunda lectura de Landero. Recuerdo casi siempre dónde adquirí y leí los libros. Éste fue en una librería de Biescas, en el Pirineo, y lo leí en apenas dos tardes furgoneteras. Bonito, pero no esencial. 

Sputnik, mi amor, Haruki Murakami. Hacía tiempo que no regresaba a uno de mis autores favoritos, porque es intenso, triste y nostálgico. Y claro, este libro contenía todos estos ingredientes para gustarme. 

Todo está perdonado, Rafael Reig. Entretenido y ágil. Muy recomendable para no olvidar la historia reciente. 

Arboleda, Esther Kinsky. Inicié la lectura en el verano y pasadas las 50 páginas, sentí que no eran la estación ni la temperatura ni la luz adecuadas para él. Así que lo abandoné y sigue en la mesilla. Volveré, no me cabe duda, porque me resultó bonito y muy poético. 

Comer es un acto político, Alain Ducasse. Es un ensayo muy breve y recomendable para todos aquellos y aquellas a quienes el sistema actual de producción, distribución y venta de alimentos les llama, al menos, la atención. 

No te va a querer todo el mundo, Isabel Coixet. No tengo demasiados mitos, o ni siquiera los que creo que son, verdaderamente ostentan dicha categoría. Pero la Coixet me gusta por lo que hace, por lo que dice y por cómo lo dice. Me gustó este libro aunque salté pasajes, sobre todos los políticos. 

Los ojos cerrados, Edurne Portela. Ha sido mi primera aproximación a esta autora, también aplaudida. Le reconozco el mérito de escribir generando adicción en quien lee. Al menos a mí me la provocó. 

Gente normal, Sally Rooney. Apenas necesité 20 páginas para saber que no iba a perder el tiempo. 

Sira, María Dueñas. Aquellos que me tienen por culta, dirán: 'Ah, pues no lo es tanto si lee bestsellers'. Claro, leo libros para estados emocionales diferentes. Y cuando asomaba el mes de agosto, no me apetecía nada serio, ni que tuviera que ver con duelo, muerte. Así que en tardes de piscina a la madrileña, devoré el último éxito de la autora. 

Un océano para llegar a ti, Sandra Barreda. Continué con el ánimo inclinado hacia las lecturas amables y fáciles, ésas que te llevan, página tras página. Porque la literatura también entretiene, y ésa es una grandeza que no todos los libros alcanzan. 

Mujeres que compran flores, Vanessa Montfort. Lo dicho, leo grandes éxitos. Mucho más si me los regalan o recomiendan amigas. Éste surgió en una conversación entre Roncesvalles y Logroño, siguiendo las flechas amarillas. Ameno, bonito y te recuerda cosas importantes. 

Quédate este día y esta noche conmigo, Belén Gopegui. Lectura de Tinta Fina que me reconcilió con Gopegui y me hizo recordar que ella no elige terrenos cómodos. Es un libro necesario para quienes tememos el capitalismo. Gracias, Carmen, por la elección. 

Los vencejos, Fernando Arumburu. Lo adquirí en agosto y desde entonces, lo leo y abandono cada semana. Ya superadas las 250 páginas, voy a continuar, pero temo que, cuando lo acabe, sentiré haber perdido el tiempo. Lo que tengo claro a estas alturas, y desde la primera página, es que no sé si es raro, desagradable o qué es. Ah, sí, el libro escrito obligatoriamente tras un éxito de la talla de Patria

Lo pasado no es un sueño, Theodor Kallifatides. A este señor hay que leerlo. Es luz, es belleza, es amor, es familia, raíces, hogar... y escribe tan bonito que yo ya tengo El asedio de Troya como próxima lectura. 

Sigo aquí, Maggie O'Farrell. Regresé a ella y, de nuevo, me gustó. En 2022 quiero seguir descubriéndola y disfrutándola porque esta mujer me parece inmensa. 

Lo que mueve el mundo, Kirmen Uribe. No todo son novedades en mi biografía lectora. Me mudé durante un mes a otro hogar y me llevé apenas dos libros. Busqué entre las estanterías y disfruté con este hallazgo. 

Juarma, Juan Manuel López. Le tenía muchas ganas y cayó en mis manos cuando en agosto, regresé a mi adorada librería zaragozana, Cálamo. Me gustó pero quizá me aburrió tanta coca. Le hubiese quitado unas páginas. 

Cosas que los nietos deberían saber, Mark Oliver Everett. Regresé a la casa de mi infancia y vi que este libro seguía sin ser leído, en la estantería que cada vez que voy, miro y remiro. Le llegó su momento y quizá fue tarde, porque ni fú ni fá. 

Existiríamos el mar, Belén Gopegui. Bueno, no está mal, pero ya. Esperaba mucho más. 

La tiranía de las moscas, Elaine Vilar Madruga. Fue el último libro de nuestro club, Tinta Fina, lo leí, quizá no lo entendí y me hubiese encantado asistir a la sesión, presencial y en un restaurante que me gusta tanto como Zara, pero no pudo ser. Seguro que mis compañeras, todas ellas mentes lúcidas, me hubiesen abierto otras rendijas por las que atisbar interés absoluto. 

Hermanito, Ibrahima Balde y Amets Arzalluz Antia. Lo comencé anoche y quiero terminar este post para sumergirme en él. Sospecho que es una lectura que dejará una muesca en mi alma lectora. 

Hasta aquí el repaso. Bueno, esta lista pretende acercar lecturas a quien sienta curiosidad. Ojalá sirva para animaros a leer algunos de los libros que a mí me han gustado, o los que no lo han hecho, si os declaráis en acto de rebeldía. 

Y al margen de la vanidad de mostrarme como una mujer interesante, escribir este post me ha permitido volver a disfrutar de lo leído, recordar que los libros siempre resultan buenos compañeros y que es la afición, hábito o necesidad vital que mejor me sienta. 

Os deseo un 2022 llenito de libros que os transformen, emocionen, conmuevan y lleven a lugares que no acostumbráis. 


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