Del verbo...

 



Agradecer.

Y quizá del verbo inspirar.

Las redes crean relaciones extrañas. Lo son, y no descubro nada, porque son verdad, pero no lo son. Se construyen sobre realidades difuminadas. No es posible conocer a alguien por las fotos que sube, porque casi siempre son alegría pura y dura, y eso, ya sabemos, no dura tanto tiempo.

Lo cierto es que a través de Instagram he conocido a personas que me resultan inspiradoras. Me gustan mucho los perfiles de Taller Silvestre, Laura Because, Leire Unzueta... con ellas he tenido la oportunidad de charlar y aproximarme un poco más a través de entrevistas.

Hay otras personas cuya bella mirada me gusta. Está Yvette Moya-Angeler, a quien siento cerca porque tenemos una persona en común, Katixa. Sigue siendo una relación de redes, pero el vínculo como que nos acerca. Ella, además, ha estado atenta a mis cuestiones familiares, como fue la operación de mi hermano. 

En fin, que se tejen redes... y puede que sean a rato verdad, y a rato, fachada. 

Y cuento esto porque hoy, a través de las redes, una persona me ha hecho emocionarme. Y derramar lágrimas de alegría.

A ella, le conocí durante unas horas en un viaje de trabajo. Pero luego, le he seguido la pista sobre todo porque sus recomendaciones literarias me han traído lecturas que ya son clave en mi historial lector. Nunca nos hemos vuelto a ver, ni hemos hablado por teléfono, ni hemos tomado un café. Compartimos apenas 24 horas. 

Hoy, al ver una foto de su hija, le he dicho que me parecía muy mayor. Sin más, y ella me ha respondido que fue una conversación que tuvo conmigo, la que le animó a ser madre. He alucinado. 

Me ha dicho que le parecí muy valiente. Que le conté todo el dolor que había vivido durante mis dos abortos y que ella percibió que había atravesado ese dolor y que había salido adelante. 

Mi maternidad me genera muchas dudas. Porque no me gusta mentirme y el psicólogo que me ayudó en esa etapa precisamente me enseñó a no repetirme falsos mensajes y hacer que me los creo. No, de verdad siento que la vida con Ariadna hubiese sido diferente, pero no mejor que la que construyo cada día con mi pareja, con mi familia, con mis amigos, con las personas que conozco, con el trabajo que desempeño, con los lugares a los que viajo... 

Yo no soy de jurar, pero la segunda vez que aborté, cuando sentí que mi vida se escapaba por una rendija y que me caía... juré a mi madre y a mi pareja que contaría mi dolor, mi historia y el terror que fue abortar en Navarra con el objetivo de que sirviera. Que lo haría una y mil veces, ¡anda que no soy pesada! 

Empecé contando mi testimonio en la Consejería de Sanidad de Navarra, y me escucharon. Continué conversando sobre mi maternidad y nuestro proceso con naturalidad. Y seguro que a más de uno y a más de una he incomodado. No me gustan los tabúes, así que hablo sobre ellos. 

Han pasado cinco años de aquello, y a veces he creído que era una pesada contándole mi vida a todo el mundo. De hecho, ya casi no lo hago. Supongo que porque ya siento paz, no estoy enfadada ni tengo ira. 

Pero por supuesto, sigo hablando abiertamente de mis abortos y de cómo la vida sigue. De cómo nosotros optamos por terapia y dejar que el tiempo nos curara. Que no buscamos alternativas porque tampoco las había. Supimos que yo tengo una alteración cromosómica doble y que era casi imposible. Respeto a quien persevera, pero yo no lo intenté ni una sola vez más. Eso me dio paz. 

Algo así debí contarle a esta persona y ella hoy me ha dado las gracias. 


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