Afortunadamente, otro año lector I





En un ratito, como quién dice, se va un año más. Y ya llevamos 45. Éste, afortunadamente, me lo he pasado en gran medida leyendo. Que me parece un gran plan. Casi, el mejor plan. 

Comparto, como viene siendo mini tradición, mi lista de lecturas, con el ánimo de no presumir y sí animar a coger estos u otros títulos y sumergirse en una afición o vicio maravillosos.

Comencé el año, viajando en furgo a Almería, Granada y pasé una noche preciosa en el aparcamiento de las Tablas de Daimiel. Entre unos y otros lugares, devoré literalmente dos libros: Cervantes para cabras, Marx para ovejas, de Pablo Santiago Chiquero, y el trepidante título La anomalía, de Hervé Le Tellier, primero del año del club de lectura que comparto con mujeres fantásticas, Tinta Fina. 

Un día cualquiera en Nueva York, Fran Lebowitz, fue entretenido, pero sin demasiada trascendencia. 

Me parecieron imprescindibles tanto Canto yo y la montaña baila, de Irene Solà, como Leña menuda, de Marta Barrio. A la última autora la vi en un restaurante y un intercambio de palabras a propósito de Lala, me animó a darle la enhorabuena por un texto tan valiente y necesario en torno al aborto. 

Terminé Los vencejos, de Fernando Aramburu, y no tengo ni medio calificativo positivo. Tampoco diré que perdí el tiempo a pesar de sus casi 700 páginas, pero me pareció a ratos sórdido y a ratos extraño. 

Gracias a Tinta Fina leí el éxito editorial La señora March, de Virginia Feito. Es sumamente entretenido, pero no comprendo tantas alabanzas. Bueno, sí, las reglas editoriales que precisan encumbrar cada año a alguien a los altares. 

Me gustó mucho, pero mucho, un libro que regalé dos veces siguiendo el consejo de Rafa de Nakama, y que yo todavía no había leído. Me refiero a Suave caricia, las muchas vidas de Amory Clay, de William Boyd. 

El país de las ranas me pareció bello y doloroso a partes iguales. Es una obra de Pina Rota Fo, escrita en 1950, y pertenece a ese tipo de literatura que a mí me fascina. Triste, necesaria. 

Dejé a medias La liebre con ojos de ámbar, Edmund de Waal, que fue elegido por Anabel para Tinta Fina. Creí que no iba a poder asistir al club (luego me acerqué un ratito) y lo dejé a medias. Tengo pendiente retomarlo. 

Margaret Atwood es infalible desde mi punto de vista. Por eso, propuse Por último, el corazón en Tinta Fina. A mí me encantó.

Tiempo después, terminé Los autonautas de la cosmopista de Carol Dunlop y Julio Cortázar. Simplemente maravilla y máxima originalidad. 

Arboleda es un libro a todas luces muy para mí (duelo, soledad...) pero lo tengo aparcado. Lo recuperaré. Su autora es Esther Kinsky y está editado en España por Periférica. 

Viajé a Lanzarote, visité la casa de José Saramago, me emocioné profundamente y traje conmigo La viuda, que fue su primera obra y ha sido editada ahora en nuestro país. Me gustó mucho conectar con ese primer Saramago, el que no intuía todo aquello de lo que sería capaz. 

Seguí descubriendo a Theodor Kallifatides a través de las páginas de Otra vida por vivir, que volví a leer con motivo de un capítulo que grabamos para Vol.2 y que subrayé casi de principio a fin. Sí, porque en este año que acaba he iniciado un proyecto que me hace feliz, me divierte y me reta a seguir leyendo. 

Se trata del podcast que comparto con Daniel Pinilla, a quien conozco desde que él nació y quien ejerce como bibliotecario en el precioso templo dedicado a los libros erigido en Morata de Jalón, y con la periodista amante de su profesión como pocas personas conozco, María Bosque. Más no me puedo reír con ellos a quienes llevo a raya con los horarios y fechas de grabación. No sé cómo me aguantan. 

En 2022, además, gracias a Violeta y a Patricia, promotoras de Cooltural Plans, escuché y saludé a Kallifatides. Durante ese encuentro compré Timandra, título que admito se me está resistiendo. No acabo de entrar en él, pero no abandono. 

Patricia e Isabel son otras dos mujeres estupendas que han emprendido Greta, libros con garbo. Esta suscripción literaria trajo a mis manos una lectura deliciosa y conmovedora, sencilla y profunda. Es La isla del árbol perdido de Elif Shafak. Ellas también me regalaron otro volumen de la autora: Mis últimos 10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo. Ambos son muy recomendables. 

Me gustó volver a Siri Hustvedt a través de Madres, padres y los demás, elegido por Rosa para nuestro club. Y devoré casi sin levantar la vista de las páginas: Violeta, escrito por Isabel Allende.

Hasta aquí medio balance de un nuevo año, afortunadamente, lector. 

Antes de que concluya 2022, sigo con la lista. 


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