Pasado, presente y futuro

Creo que el futuro de los pueblos pasa por sus habitantes. Y que poco podemos confiar en los políticos y en el sistema. De hecho, me temo que ya no se habla tanto de la España interior vaciada o vacía, ni se publican libros sobre este tema, como sucedió no hace tanto.

Así que agarrémonos a esa premisa de Eduardo Galeano: 'Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo'. O al menos su mundo, esa esquinita en la que viven y quizá iluminar e inspirar a otras personas. 

Yo tampoco soy nadie para dar lecciones porque no vivo en un pueblo y dudo mucho que, aunque sea mi deseo, éste se pueda cumplir a corto plazo. 

Afortunadamente sí hay personas que apuestan y reman a favor de la vida en pequeños núcleos con carreteras mal asfaltadas, hospitales alejados y un internet que se mueve a pedales.

Irene e Iñaki pertenecen a esa nómina de valientes. También mi hermano Pablo que es farmaceútico rural en mi #pueblitobueno, en Arándiga (Zaragoza), donde Irene e Iñaki han trasladado su residencia y compaginan las tareas (que me imagino no son pocas) de su productora audiovisual Dosis con las de su nuevo, e ilusionante, y necesario proyecto: La tiendica de Arándiga

Donde antes estuvo la carnicería de Carmen y después la tienda de Isabel, ahora se encuentra su ultramarinos. Lo inaguraron el sábado y fue un momento muy emotivo. 



Irene e Iñaki dicen que han sido las personas de Arándiga las que les han convencido para venirse a vivir al pueblo, por el cariño que reciben. Sin duda, es recíproco. Como muestra, la placa de cerámica que en la fachada de la tiendica indica quiénes fueron los fundadores: Carmen y Ernesto.



Porque hubo un tiempo, no tan lejano y que yo recuerdo, en el que había diversos comercios en el pueblo de mi infancia y adolescencia. Estaba el estanco, que todavía continúa abierto, y en el que se pueden comprar también alimentos y artículos para el hogar. Recuerdo un bote enorme de cristal que contenía sobres en forma de rombo con champú. Tenían colores muy brillantes y mi máxima fantasía era el champú de huevo. Creo que yo imaginaba que habían metido un huevo batido allí. 

La tienda de Carlos sigue en el mismo lugar en el que estaba y, más abajo, se encontraba otra tienda, la de 'el Calvo'. Yo recuerdo que había unos escalones para acceder. 

Un poquito más abajo, justo en el arco, estaba otra tienda. De ésta recuerdo el mostrador a la derecha, y que era alargada y creo que oscura. Quizá yo recuerde ambas tiendas de esta forma y me falle la memoria, o la mirada de niña me las devuelva  más grandes de lo que eran.

Existían varias carnicerías: la mencionada de Carmen, la de María, la de Rosa y la de Pilar. ¡Casi nada! 

Teníamos otras dos tiendas: el Spar o Maritere, y el Vegé o Carmen. Bueno, no sé por qué estoy nombrando sin artículo cuando en Aragón somos la Maritere y la Carmen. 

En el Vegé yo pasaba muchas tardes, ayudando a poner precios, me encantaba, y a reponer. Los viernes, casi siempre, subía a comprarme el capricho de la semana: una lata de boquerones en aceite, que me zampaba en bocadillo. ¡Qué tiempos en los que la felicidad residía en detalles ahora pequeños, pequeños!

Existía hasta una tienda de electrodomésticos, el Tomasín. 

Cuando yo jugaba en la cochera de mi vecino, Ricardo, me encantaba cotillear en la estantería de la tienda que tiempo atrás tuvieron sus abuelos, Joaquín y Carmen. 

También había oficina de teléfonos, la Avelina. Y hasta allí subía con mi padre, en su moto, cada tarde a hacer el pedido de medicamentos. Por supuesto, entonces, no llevabamos casco. 

Bueno, que me pongo melancólica o nostálgica, nunca sé la diferencia, recordando a tanta gente que aportaba tanta vida a mi pueblo. 

Alimenta mi melancolía, además, el documental que ayer vi en el cine de La Almunia sobre José Antonio Labordeta, titulado: Labordeta, un hombre sin más



Me pongo melancólica porque su viuda y sus hijas recuerdan todo lo que hizo y desvelan que era un hombre con profundas crisis. El documental transmite la gran actividad que él desarrolló a favor de la literatura, la poesía, la educación, y por situar Aragón en un lugar que no tuviera que ver con el olvido. Como los pueblos, que tan a menudo viven en él.

Me quito esta sensación sobre aquel tiempo perdido que nunca volverá pensando que ahora tenemos que apoyar a Iñaki y a Irene, y comprar allí todo lo posible. Y que cuando vayamos a una gran superficie y el papel higiénico o la leche sean 10 céntimos más baratos, pensemos en la tristeza que es un pueblo sin tiendas. 

Ellos han creado una tienda bonita, agradable y en la que reúnen productos en la medida de lo posible con una historia, que son de cerca, en los que también importa el empeño de muchas personas. 



Lo dicho: 'Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo'. 

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