Afortunadamente, otro año lector II



Continúo haciendo balance de los libros que he leído en estos últimos doce meses. 

Me gusta este ejercicio porque implica que vuelva a ellos, que valore las sensaciones que me provocaron: satisfacción, aburrimiento, asombro, conmoción... ¡Qué maravilla todo lo que los libros nos pueden provocar!

Tras los años de pandemia, recuperamos con alegría el club de lectura del #pueblitobueno Arándiga: La Charradica. Lo hicimos leyendo, de nuevo, ese título cumbre de las letras aragonesas y españolas que firmó Ramón J. Sender en 1953: Réquiem por un campesino español

No me canso de releer este libro que dice tanto con tanta sobriedad y sencillez. Definitivamente es magnífico, y además, me recuerda aquellos días en los que nuestro pueblo, y los de alrededor, recibieron al equipo de la película homónima en la que yo participé con apenas ocho años. 

Como verdadera joya, diminuta y a la vez inmensa, decido catalogar la obra de Lucía Boned Guillot: La voz del padre, la voz de la madre. Y no añado más esperando que la busquéis y disfrutéis. 

Me gustó bastante la historia en torno al bar familiar retratada en Collado, escrito por Carles Armengol y que me recomendó Rafa de Nakama. 

No me cambió la existencia, pero quien me conoce sabe que mantengo que la literatura también va de eso, de simplemente entretener y abrir una ventanita a la evasión. Vaya por delante que Armengol retrata a muchas personas que se han cruzado también en nuestros caminos y que, siendo niños, como a él, nos causaban una profunda impresión. 

Personalmente me gustan los libros que bucean en la infancia y en los recuerdos de esa etapa que casi siempre nos parecen enormes. 

A quién le interese, como a mí, el tema del aborto, que busque Interrupción, de Sandra Vizzavona. Leerá sobre dolor, vergüenza, dignidad, culpa... 

Llegado el verano, tomé de la estantería Libertad de Jonathan Franzen. Leí más de 300 páginas, pero pesa tanto que lo tengo descansando en la mesilla de noche. Debería retomarlo, lo sé. 

Tanto me habían recomendado a Miguel Mena, Daniel, María y Ana, que a esta última le pedí prestado Alcohol de quemar. Diré que me impresionó bastante. Justo acabo de engullir Puente de hierro, ambos editados por Pregunta. 

Joël Dicker es sinónimo de verano y de atracón. Devoré literalmente El caso de Alaska Sanders

Terminé -aunque deseaba que nunca acabase- la rara perla de Irene Vallejo: El infinito en un junco.

Volví a Kallifatides con El asedio de Troya.

Me deleitó mucho Vida en el jardín, Penélope Lively, y me emocionó profundamente Luna llena, Aki Shimazaki. De ella, años atrás, había leído Hozuki, la librería de Mitsuko, altamente recomendable. 

Aunque sí lo he hecho anteriormente, en este momento de mi vida apenas leo ensayo. En este género se enmarca La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine, que me gustó bastante, y Contra los hijos, firmado por Lina María Meruane Boza. 

También sobre la maternidad y cuestiones que en algún punto de nuestras vidas nos influyen profundamente a las mujeres, es el relato personal de Amaya Ascunce: La idea de ti

Ana me dejó Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea, firmado por Annabel Pitcher, y me gustó mucho leerlo. Me fascinaron tanto La bajamar, de Aroa Moreno Durán, como Agua y jabón, de Marta D. Riezu, que propuse en Tinta Fina y que provocó un animado club de lectura. 

Hablando de clubes de lectura, volví a leer Naturaleza infiel, publicado por Cristina Grande, quien tiene una casa en nuestro pueblo, Arándiga, y abrió sus puertas para recibirnos y comentar su obra. 

Quedan libros y este post se está extendiendo más de lo que imaginé. Vuelvo pronto con más... 

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