Mayores. Y sabios





Recuerdo cómo eran aquellos paseos hasta el lavadero y el río, aquellos días junto a mi abuelo Juan. Él se sentaba siempre en el mismo lugar del sofá y me gustaba acariciar sus manos huesudas, con las venas marcadas y las palmas suaves. Suaves a pesar de haber trabajado en el campo.

También recuerdo a mi abuelo Constancio. Ver su alta silueta, vestido con gabardina, paseando por el parque. 

Me gustan las personas mayores. Siempre me he sentido cómoda a su lado. 

Su presencia me reconforta. No sé cómo explicarlo, pero cuando estoy junto a una persona mayor que camina, se mueve y se expresa lentamente, consigue calmarme. Tener que acomodarme a su ritmo, genera en mí una especie de paz. Es relajante.

Desde hacia varias semanas, cada martes a las 13 horas, tengo una cita. Acudo a la puerta de Lorebourne Centre y me reúno con un grupo de señoras mayores, algunas ancianas, para dar un paseo durante una hora. 

Las hay ágiles, pero la mayoría con cada paso mueven una larga cantidad de experiencias y años. Y eso se nota. 

Así que yo he aprendido a caminar despacio. 

Resulta una suerte de ejercicio de eso que ahora está tan de moda y que se llama Mindfulness. Debo concentrarme en el momento presente, en el simple hecho de caminar en su compañía, sin pensar que yo podría llegar más rápido. Entonces, recuerdo esa canción de Drexler que tanto me gusta: "Amar la trama más que el desenlace".

Cuando llegué a Dumfries, quise ser voluntaria. La experiencia en Pamplona, tanto en Cruz Roja como en París 365, fue muy positiva y quería repetir. Fue necesario entrevistarme con tres personas diferentes que me explicaron que debían comprobar mis antecedentes penales y que para ello, debía entregarles las direcciones en las que había vivido en los últimos cinco años. Me he rebelado. No las he facilitado y dije que no lo haría. 

No estoy de acuerdo con un sistema que sospecha de las personas. Supongo que es fácil entenderlo, pero yo no quiero hacerlo. Supongo que es un simple trámite.

Quería compartir mi tiempo con algún anciano que necesitara un poquito de compañía. Además, no creo que sirva de nada saber que nunca infringí la ley. Quizá no lo hice y lo haga ahora. ¿Y si fui delincuente, no podría ser voluntaria? 

Pero la vida, casi siempre, te brinda lo que buscabas. Así que sin ser oficialmente voluntaria, durante los paseo con Paths for all, camino al final, junto a las que necesitan un ritmo más bajo, y cuando debemos cruzar, o si viene un coche o bicicleta, aviso y presto atención para que no suceda nada. Todas me lo agradecen. 

Me siento una privilegiada por poder escuchar las historias de sus vidas. Aquellos años en los que trabajaban, muchas como enfermeras, otras como camareras. Me gusta que me expliquen cuántos hijos y cuántos nietos tienen, y qué van a hacer en Navidad. 

Y que me pregunten acerca de nuestras celebraciones, si también nos reunimos en familia y que quieran saber qué comemos en unas fechas tan señaladas. Ayer, una de ellas me dijo que al hablar de mis seres queridos, sonreía de una forma especial. 

Me siento feliz caminando con ellas y compartiendo, después, un chocolate caliente y un scoon con mantequilla y mermelada. 

Me reconforta escucharles decir que la vida continúa cuando has perdido a tu pareja. Que hay que seguir y buscar nuevos amigos, actividades que te ayuden a salir de casa y a sentirte activo. 

Me gustan las personas mayores. 

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