Tiré el balón. No se cayó.

A Álvaro todavía puedo achucharlo. Y le digo que deje de crecer. Que no siga. Tiene 7 años. 

Él todavía viene conmigo casi a todas partes. Sus hermanos, sin embargo, ya empezaron a despegarse. Bueno, a ratos, porque nos sigue uniendo algo especial. Claudia ha compartido conmigo la experiencia del Camino del Baztán. Ya tiene el veneno del Camino corriendo por las venas.

Paseando con Álvaro y su padre, mi hermano, habíamos dejado la botella de agua en el coche. De repente, tenía sed. Todo lo importante era su sed y venga con la sed... Y nos dio el paseo. 

Le dije, entonces, que estaba segura de que dentro de 25-30 años, él recordaría nuestros paseos. Y cuando yo hubiese muerto pensaría: Con la tía caminaba hasta no poder ni con el pelo. Y cogíamos fruta de árboles abandonados, higos, almendras... Y comíamos tanta mezcla que se nos 'movía' la tripa. Con la tía.

Pero resulta que la memoria es finita y no guardamos todo. 

Nunca pensé que yo, siendo niña, le tiraba -y arrancaba- del pelo a mi hermano mediano. 

Tampoco que aquella vez no se me cayó el balón de fútbol a la acequia... Lo tiré. 

Y mi madre tuvo que pedir al alguacil que echara bando. El balón apareció, lo recogió un señor y se lo llevó a su casa, a sus hijos. Uno de ellos, Domingo, supo que era de los de la farmacia. No era un balón 'normal', era naranja fosforita. Él en persona se lo trajo a mis hermanos.

No recuerdo todo. Y mis sobrinos, naturalmente, también guardarán fragmentos. 

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