Tengo un plan

Me gusta mucho planificar. No es raro escucharme decir: 'Te propongo un plan'. Y al mismo tiempo, creo que me adapto a la improvisación. Quizá eso lo he aprendido viajando en furgo y llegando tarde a casi todos los destinos.

Pero ahora sí tengo un plan. Y es para mi vejez.

Me gusta fantasear con esa etapa de mi vida. Si llego, quiero hacerlo ágil y con la mente clara. ¿Quién no? 

Hace poco leía en 30 maneras de quitarse el sombrero, de Elvira Lindo, que ella también se imagina la mujer que quiere ser en la tercera edad. Pues ya somos dos.

Me imagino con el pelo blanco y pasando largas temporadas en Escocia, en mi añorado Dumfries. Pero allí los inviernos son demasiado oscuros, así que lo compaginaré con múltiples viajes en auto-caravana, sí, entonces, ya tendremos auto-caravana. Porque tengo claro que dicha etapa vital la quiero compartir con quién yo sé. Con él. 

También viviré en mis pueblitos buenos, que yo soy una suertuda y, a falta de uno, tengo dos. Arándiga y Monteagudo. Y entonces, allí, será donde lleve a cabo el mejor de mis planes.




Pasearé todos los días. Todos, llueva o no. Como hice en Dumfries every single day a lo largo de mi adorado Kingholm Quay. Lo haré para encontrar, recoger y guardar las flores, plantas, hojas y hierbas más especiales. Porque mi plan es aprender toda la botánica que siempre he soñado y completar un herbario. 

Quizá tengo este propósito porque me hubiese encantado conservar, hoy por hoy, la colección de plantas que atesoré en la escuela. 




No pasa nada, queda tiempo para hacerlo de nuevo. 

También aprenderé caligrafía para poder anotar el nombre en latín.

Y cuando muera, lo donaré a la biblioteca de mi pueblo. 





Ése es mi plan. Será porque al universo más de una vez le pedí trabajar en una floristería. 

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