No pienso rebelarme

No pienso rebelarme sobre la inacción que se apodera de mí hoy, ayer y quizá también lo haga mañana. 

Publiqué la última entrada de este blog el 16 de marzo y hoy es 28, paso de hacer la cuenta de días. Sé que éste es el tercer sábado en casa. Y por mucho que a mí me guste mi hogar, nuestro hogar, empiezo a darme cuenta de que se nos está quedando color de patata recién arrancada de la tierra, así, marrón, marrón. Como las que guardábamos en nuestro sótano, en modo montaña. Cuando solo existía un tipo de patatas... 

Y me duelen los ojos. Ya no lloro, pero me duelen por sequedad. Menos mal que en el momento de abandonar la oficina tomé conmigo el último colirio que le compré a mi hermano Pablo.

No pienso rebelarme sobre la inacción ni tampoco sobre la tristeza que se apodera de mí, ratito sí, ratito no, ratito también. 

Aprendí hace algún tiempo que la tristeza se manifiesta a veces en forma de rabia, impotencia, ira... pues yo estoy transitando estas emociones durante el confinamiento. Seguramente también otras que no soy capaz de identificar. 

Me enredo y éste no era el tema del post. Vuelvo a él: hoy al levantarme he pensado que en un sábado de la vida anterior, con el sol que se veía entrar por el callejón al que dan nuestras ventanas (Sí, vivimos en un bajo interior), seguramente hubiésemos salido a la calle para coger los periódicos y luego alargar un café en Toma, en la calle Santa Feliciana. ¡Cómo echo de menos ese café! 

Los viernes solía correr en la ducha (además era el único día de la semana que no solía maquillarme. Era mi pequeña licencia) y salir pitando para coger un café de ese lugar. Casi siempre, contagiada por el postureo, subía una foto a Instagram. Ay, el postureo... ni siquiera ahora lo abandonamos. Yo, la primera. Si esto dura más tiempo, seguro que eliminamos actos absurdos de nuestras vidas... pero aquí seguimos: demostrando que leemos mucho, que tenemos perfumes caros, que cocinamos como Arguiñano, que somos tan tan tan que tenemos una furgo último modelo. En fin. 

Me enredo y este post tenía otro tema. Vuelvo a él, retomo: hoy al levantarme, justo después de este recuerdo del café rico, he pensado que me iba a concentrar en recuerdos. 

El primero que ha venido ha tenido forma de canción. Sí, he necesitado escuchar el Bolero de Ravel 

Ha sido porque he recordado a mi padre. A él, como a mí o mejor dicho a mí como a él, le encanta escuchar la música 'a todo trapo'. Ya sea Manolo García y su Rosa de Alejandría, o cantos gregorianos. Ahora lo hace sobre todo en su paraíso particular: en el sótano. 

Cuando éramos niños solía sonar el bolero mencionado y él abría las ventanas del salón. Yo ahora hago lo mismo, cada tarde después de los aplausos de las 20 horas. Pongo Viva la vida de Coldplay como si no hubiese mañana. 

Como el recuerdo me ha funcionado, he seguido... He recordado mis paseos de cada día, pese a la lluvia, a lo largo de Kigholm Quay. He recordado las gallinas de aquel tipo pelirrojo con el pelo rizado, como el cantante de Simple Minds

He recordado los juncos del río de mi pueblo, Arándiga. No sé porqué, pero lo he hecho. Quizá porque ayer mi padre me dijo que podíamos ir a vivir con ellos y aunque le dije que no, que no se preocupara que toda pasará, sí decidí que este año lo más lejos que quiero viajar es hasta su lado.

Menos mal que en este puto encierro nos quedan los recuerdos. 

Comentarios

  1. Yo estaré encantada, de que tu viaje más lejano sea hasta tu hogar...
    Eso significa que tomaremos más de una caña y charraremos muchoooo.
    Benditos recuerdos. Besos

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