Lugares que echo de menos

Ay, son demasiados. Bueno, intentaré quedarme con los verdaderamente necesarios.

Llevo unos días echando mucho de menos, pero mucho, mucho, Escocia. Sobre todo porque me pongo a mirar en bucle las fantásticas fotos de Patricia, autora de Mad About Travel, y me inundan la melancolía y la nostalgia. Algo que, con mi carácter, no es complicado. 

Me encantaría pasear por el jardín japonés de The Crichton y ver cómo está, de qué color están las hojas de los árboles. 

Coger el tren e ir a Edimburgo a pasar el día, deambulando por Circus Lane. Volver a su jardín botánico. Y a otra zona que me encantaba recorrer: Dean Village.

Me gustaría regresar a Union Brew Lab o a Cairngorm Coffee, y sentarme mientras fuera cae la lluvia. Nada extraño en esa ciudad aunque precisamente gracias a las fotos de Patricia compruebo que los primeros días de otoño están siendo cálidos allí. 

En este preciso momento, en lugar de estar contemplando esta pantalla y mi salón, querría estar respirando el aire del pantano de Monteagudo, uno de mis pueblitos buenos. 

O estar justo en ese punto del camino que tantas veces he recorrido en mi otro pueblo, Arándiga, desde el que se divisa una panorámica que a mí, que casi no soy sensible y llorona, siempre me hace llorar. 

Me refiero a ésta:


Allí, aunque vaya corriendo, me detengo. Incluso me siento en el camino y pienso en lo bonito que es, en la calma que me produce ese lugar.

Echo de menos el salón de la casa de mis padres, mi casa, y ver cómo mi madre y mi padre se duermen en el sofá con posturas imposibles de cuello.

Echo de menos Check In Rioja, subir y bajar las escaleras, entrar y salir de la habitación, después de comprobar que todo está bien. Eso sí que nunca volverá porque ya no hay peregrinos que estén dentro.

Lugares que echo de menos. 

El otro día me sorprendí a mí misma echando de menos la ciudad de Zaragoza, donde viví cinco años. Fue algo súbito y formulé en voz alta el deseo de volver cuando sea posible y disfrutar de un fin de semana allí, solo allí, sin ir al pueblo. 

Pensé en las horas que pasé estudiando y contemplando los tejados del barrio a través de la ventana de mi cuarto.

Pensé en los años que viví allí y de cuando me encontraba con mi abuelo en el parque.

Incluso, echo de menos la plaza de la Cruz que veía desde nuestra ventana de Pamplona. Los años allí fueron extraños y pasé muchas horas con la mirada perdida a través de la ventana. Recordé el sonido de la iglesia próxima y el rumor de los niños cuando estaban en el parque.

¡Qué cosa esto de echar de menos!

Paro ya que me pongo triste. O mejor dicho, melancólica y nostálgica. 

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