Saramago, infinito


El 16 de noviembre de 1922, en Azinhaga (Portugal), vio la luz José Saramago. Cuando se cumplen cien años de dicha fecha, reviso algunos motivos para continuar leyéndolo. Y es que el escritor luso sigue iluminando algunos rincones de oscuridad con su pensamiento y escritura.

En 1998, José Saramago recibió el Premio Nobel de Literatura. La dimensión mediática de este galardón es tal que, en mi opinión, da la impresión de que bajo un foco tan grande hasta el galardonado se hace chiquitito. Al margen de esta impresión personal, que podría resultar contradictoria, lo cierto es que él fue inmenso. Es un autor al que siempre apetece volver porque condensa tanto y tan certero pensamiento que es imprescindible.

Hay que leer a Saramago por vez primera o aunque hayamos perdido la cuenta de las veces. Porque, como apuntó la Academia Sueca: "Destaca su capacidad para volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía".

Hay que leer su obra sin miedo, que su capacidad crítica y visionaria no genere prejuicios. Porque se lee con deleite y se alcanza a comprender cada una de sus metáforas. Un buen comienzo puede ser precisamente su primera novela, publicada en Portugal en 1947 con el título Terra do Pecado, y que en nuestro país permanecía inédita hasta 2021.

Se recupera el texto escrito con 24 años y su título original: La viuda. Precisamente al hilo de esta novela, Pilar del Río ha asegurado que el que aparezca con el título que Saramago quería es un acto de justicia y de memoria histórica.

Es una lectura agradable y amena que ahonda en las dificultades de la joven viuda María Leonor, no solo para gestionar su hacienda y a los trabajadores, sino también el futuro de sus hijos pequeños, y convivir sin perder la cordura con sus cavilaciones emocionales y sentimentales.

Esta primera obra concentra muchos de los temas que Saramago exploraría a lo largo de su carrera: la muerte, el paso del tiempo, el peso en la vida diaria de la iglesia, las apariencias y el qué dirán, la vida y supervivencia en el medio rural y como éste cala en la personalidad de los protagonistas, les imprime un carácter diferencial.

Por supuesto hay que leer Ensayo sobre la ceguera, publicado en 1995 y que a muchos lectores nos causó una conmoción única. También lo haría, por supuesto, La caverna (2000), una de sus obras cumbre.

Mi lista personal de recomendaciones continúa: Todos los nombres, 1997; El hombre duplicado, 2002; Ensayo sobre la lucidez, 2004; así como Las intermitencias de la muerte, 2005. No están todos sus títulos dado que escribió casi sin descanso, meditó, reflexionó y lo dejó sobre el papel a lo largo de toda una vida. No solo novelas, también poesía, teatro, crónicas y cuadernos autobiográficos.

Hay que leer a Saramago y si es posible visitar su Casa museo de la localidad de Tías, en Lanzarote. Junto a Pilar del Río, con quien se casó en 1988, allí trasladó su residencia en 1993 y allí fue donde falleció el 18 de octubre de 2010.

La entrada cuesta 8 euros y los menores de 16 años no pagan. Tras la puerta aguarda la vida de Saramago como si él la hubiese abandonado justo un instante antes. Se comprende y respira cómo el matrimonio hizo de su morada un templo de la hospitalidad, se percibe la energía de quienes allí estuvieron, charlaron junto a un café portugués y fueron posiblemente felices.

Impresiona ver su despacho con los libros que en ese momento leía; la cocina con una nevera como cualquier otra, llena de imanes y recuerdos, como las fotografías con sus perros. 

Impresiona, emociona y conmueve recorrer su jardín y poder detenerse junto a los árboles en los que él se cobijaba y miraba el horizonte. Impresiona, y de qué manera, la magnífica biblioteca en el edificio aledaño.

Concluyo esta defensa de la lectura de Saramago, en el orden que apetezca y en el momento que apetezca, así como la de su pequeña autobiografía que se halla en la web de su Casa museo.

Como también hay que leer La intuición de la isla. Los días de José Saramago en Lanzarote, escrito por Pilar del Río y que regala un puzle de momentos, emociones y mucho más de la vida que ellos compartieron. 

Entre las páginas, se recuerdan paseos por Lanzarote, ideas que brotaban al hilo de la escritura, los encuentros en la isla con amigos, en definitiva, la vida.

Hay que leer a Saramago para comprender la vida y constatar que fue, es y será infinito. 

Comentarios

Entradas populares