Amar la trama...

El pasado verano, Nacho y yo subimos a su furgoneta pensando que quizás nuestra meta fuera Ámsterdam. Con nosotros, las bicicletas, los tomates traídos del huerto esa misma mañana, cervezas frías y muchos libros.

Y llegamos a la ciudad de los canales, sí, pero pasando por mil y un lugares de Francia, Bélgica y Holanda, y dejando de lado otros muchos. Deteniéndonos ante paisajes que nos dejaron sin palabras y marchando de otros. Porque viajar en furgoneta es libertad.

Lo es para pasar horas frente al mar comiendo un bocadillo de salchichas y despedir el día con un buen vino imaginando una vida amable en ese pueblo tan parecido a la Arcadia feliz. 

Es, además, libertad para elegir dónde dormir y, en muchos casos, con las vistas que quieres contemplar al abrir los ojos o mientras desayunas.

Y sí, también supone salir despavorido de lugares recomendados en mil y una guías. Nosotros hubiésemos huido de Mont Saint-Michel pero no lo hicimos: encontramos una maravillosa arboleda...

Regresamos en bicicleta, por una senda paralela. Después, en el momento en el que el sol se escondía y el mar rodeaba ese monte con una arquitectura onírica, regresé corriendo. Y he de confesar, y confieso, que enmudecí ante la luz y la belleza de la silueta de su abadía. 

Tras la ducha heladora, suspiré: ‘Esto es algo muy parecido a la felicidad’. 

Como viajar en furgoneta. Y pienso en Cádiz. 

Comentarios

  1. Oooh! Genial. La envidia que me ha entrado en este preciso momento en el que necesito escapar a algún lugar tranquilo no lo puedo ni expresar...


    Un beso!

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