Quedan primeras veces

Me emociona saber que quedan muchas primeras veces. Ayer, experimenté una primera vez muy emocionante. Participé en una clase de español para extranjeros. Y a partir de ahora, voy a vivir muchas más. Pronto, no seré apoyo, sino la profesora. 

Estudié Filología Hispánica, pero no entraba en mis planes convertirme en profesora. Así que cambié de tercio y me matriculé en Periodismo. A ello me dedico, con mayor o menor suerte. 

Ayer, alguien me preguntó si me sentía filóloga o periodista. Respondí que posiblemente lo primero y que, por eso, me encantaría que las redacciones volviesen a ser como antes, cuando existían figuras como el corrector. Ése es mi trabajo soñado, darle vueltas a las palabras hasta alcanzar la forma adecuada. 

El caso es que soy una persona inquieta, a veces, demasiado. Y en enero volví a mi antigua Universidad de Zaragoza y comencé un curso de profesora de español para extranjeros. Lo concluiré pasado mañana. Recordar la gramática y la lingüística me han hecho creer que nunca es tarde para protagonizar un nuevo giro profesional. ¡Quién sabe!

De momento, ayer dirigí mis pasos hasta la sede de Cruz Roja en Pamplona. Acompañé a Javier, quien durante más de 36 años impartió clase en un instituto y ahora trabaja como voluntario, y a cinco alumnos durante dos horas de clase. Ellos son refugiados. 

Son personas que han dejado atrás vida, lugar, raíces, familiares y un pasado. Casi nada. Son personas que vemos cada día en los informativos, de las que nos hablan periódicos y radios. Son personas, como tú y como yo, pero nuestro nivel de frialdad ha hecho que nada ya parezca conmovernos.

Son personas. 

Con frecuencia, siento que somos espectadores distantes, que creemos que no va con nosotros esa realidad. Pero estamos muy equivocados: son como tú y como yo. Quizá mañana, tú y yo podríamos vernos en una situación parecida. Entonces, nos gustaría que nos miraran como a iguales. 

Me emocionó comprobar cómo se esfuerzan por aprender un idioma que para algunos nada tiene en común con su lengua materna. Imaginé el desarraigo emocional que deben padecer. Dejaron atrás una vida, unos lugares familiares que les transmitían tranquilidad. Hasta que dejó de ser así.

Me quito el sombrero ante su capacidad de adaptación. Ante su humor para introducirse en una nueva lengua y dedicarle toda la energía posible porque saben que su adaptación depende mucho de poder expresarse. 

Como me lo quito ante Sol Alonso, a quien admiro desde hace mucho tiempo. Posiblemente sea una de las mejores periodistas que he conocido y grandísima mujer. Ella también es debutante en el voluntariado y lo cuenta en este artículo publicado en El País

Quedan muchas primeras veces. Y la mayoría de nosotros, quienes vivimos en este lado del mundo, somos afortunados. No lo olvidemos; sería un insulto a personas como las que ayer me recibieron en su clase de español. 

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