Siempre quise ser frutera





De vez en cuando, me asomo a esta ventana, inmensa pero pequeña al mismo tiempo, sin saber quién está frente a mí, como si de un patio se tratara y yo no conociera a los vecinos que también se asoman. Bien, corro las cortinas, levanto la persiana y abro la ventana desde hace casi diez años y esos vecinos, que como digo también se asoman, a estas alturas ya saben de dónde vengo y en dónde crecí. 

Pero por si hubiera alguien nuevo... Crecí en un pueblito bueno y aragonés. Mis padres llegaron allí, cuando yo tenía 3 años. Era 1980 y salíamos pitando de Madrid. Y yo siempre seré una niña de pueblo. 

Mi madre fue la farmacéutica de nuestro pequeño pueblo, Arándiga, que así se llama. Y como no teníamos huerto, durante toda su carrera profesional, los clientes agradecían su trabajo en forma de ingentes cantidades de verdura, fruta y hortalizas. Mi madre nunca tiraba nada y solía afirmar que teníamos la verdura como castigo. Pronto aprendí a no tirar nada.

En el sótano de nuestra casa familiar, se acumulaba toda la mercancía, a la espera de que mi madre, durante el fin de semana, preparase grandes cantidades de comida para la semana. Entonces, uno de mis juegos favoritos era el de frutera. Montaba mis puestos y vendía a clientes imaginarios.




Digo esto, porque ser parte de un grupo de consumo ha hecho que cumpla mi sueño. Tengo el compromiso de ejercer como frutera durante 6 horas al año. ¡Que no es nada! 

Valga la anécdota para indicar que abogar por otro consumo es viable, pero no se trata solo de ir a recoger la cesta semanal. Unirse a un grupo de consumo implica más. También significa conocernos de cerca, compartir opiniones, poner cara a los productores, entender su esfuerzo, etc.

Para mí no es tan importante consumir ecológico. Para mí es esencial consumir local, de temporada y no destinar mi dinero a grandes compañías. Me gustan las personas y me encanta saber a qué se dedican, el porqué de sus proyectos, el esfuerzo que estos implican… 

Cuando yo me uní, hace casi tres años, éramos un grupo llamado 2D, pero nos hemos transformado en la cooperativa La Osa y estamos creando un gran supermercado que verá la luz antes de que concluya 2020. Será naturalmente cooperativo y participativo, ésa es la clave.

Se encontrará en Ventilla, en la Avenida de Asturias, 57, y entonces no solo seré frutera, también ejerceré otras tareas propias de este tipo de establecimientos: reponer, limpiar, cobrar, preparar los productos... Será así porque los propietarios serán los clientes y también los trabajadores. ¡Y yo estoy encantada!

Afrontamos febrero siendo ya 750 cooperativistas, pero cuantos más seamos, mucho mejor. Queremos un consumo más sostenible, menos contaminante y en el que los productos de cercanía y de calidad sean la clave. Además, quienes seamos parte de dicho súper tendremos un ahorro de hasta el 40%. 




Formar parte del cambio es muy sencillo. Tanto como contribuir con 100 euros y tres horas al mes de trabajo. 

Yo en un principio me resistí a sumarme porque veía complicado cuadrar esta nueva responsabilidad con todas las demás que aparecen en mi agenda. Por supuesto, existirán vías para organizarnos y encajar ese tiempo en las vidas, profesionales y familiares, que la mayoría tenemos tan complicadas. Además, nosotros, los cooperativistas, tomaremos las decisiones estratégicas de la cooperativa. 

Para concebir esta gran idea, los impulsores, Villa y Tomás, tomaron como inspiración proyectos como Park Slope Food Coop, de Nueva York, que cuenta con 17.000 miembros, y La Louve, en París, con 6.000. 

Nosotros somos casi 800. Vamos, únete, somos muchos los que estamos dispuestos a cambiar el discurso y el sistema. ¿Tú también?


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