Sobre la amistad, de nuevo


Voy a tener que cambiarle el nombre a este blog. Y que sea: Sobre. Es el título que utilizo una y otra vez. Precisamente en noviembre de 2018 escribí Sobre la amistad y hoy me repito. En aquel texto mencioné a Eva y no dije más. Hoy quiero escribir sobre ella, que es una persona necesaria en mi vida.

Viene a colación, además, de un texto de Carmen Pacheco que encontré hace algunos meses en Vanity Fair. Aquel artículo, leído durante esos días en el hospital junto a mi hermano, me hizo pensar mucho. Y quedó guardado en una parte de mi cabeza. Hoy ha vuelto.

Eva pertenece a mi infancia, a mi adolescencia y a toda mi vida desde que tengo memoria. No sé cuándo nos encontramos, pero tengo claro que éramos tan pequeñas que se nos olvidó. Posiblemente fue en la plaza del pueblito bueno, Monteagudo de las Vicarías, o en el río. Creo que en este blog hablé en alguna ocasión de cómo capuzábamos, verano tras verano. Ella era la primera que se caía. Siempre. Sí, capuzar significa caerse y mojarse enterita, o chipiarse.

La veo, como si fuera ahora mismo, con su conjunto de camiseta y pantalón corto, blanco y con estampado de perritos de color rojo. Huelo incluso la arboleda en la que tantas veces estuvimos, siento la luz de una tarde cualquiera de julio o de agosto. Oigo el sonido de esa manzana reineta al caerse, junto a la tapia.  

Ayer, publiqué unas líneas en mis redes sociales a raíz del maravilloso y esencial podcast de Cristina Mitre sobre el duelo. Me emocionó profundamente, me conmovió. Y publiqué una foto que subí a Facebook hace años.

No suelo publicar fotos con mi pareja, pero entonces lo hicimos para anunciar que esperábamos un hijo. Nuestro reflejo en un escaparate de Pamplona reflejaba, valga aquí la redundancia, nuestra felicidad.

Dos días después de compartirla, la retiré. Ya no estaba embaraza. Había abortado. Era la segunda vez. No era natural. Fue una decisión que implicó un parto de 24 horas y una historia que no quiero olvidar jamás.

Bien, que ayer recuperara esa foto nuestra, íntima y preciosa, provocó multitud de mensajes. Incluidos los de Eva de esta mañana.

Ella no se pronuncia en las redes sociales. Es discreta. Ella me ha escrito hoy, primero para darme las gracias por habernos visto fugazmente el domingo en un bar de Sevilla, su ciudad. Me ha recordado que ayer hacía 11 años de una pérdida que le marcó para siempre.

Gracias a sus mensajes hoy he cumplido una necesidad que yo arrastraba también desde hace 11 años. En este tiempo he querido pedirle disculpas por si no había estado cerca durante su duelo. Hemos recordado nuestro viaje a Roma de aquel entonces y hemos formulado el deseo de repetirlo cuando la vida nos deje unos días libres. Solas, bebiendo quizá como entonces chupitos y chupitos de limoncello y mucho amaretto sour.

Opino como Carmen Pacheco que los amigos de toda la vida no son los más valiosos. Yo a Eva no la conservo como una condena inapelable que ha de soportarse porque sí, (Pacheco dixit). Ella me tocó por el azar, porque era la única niña de mi edad en el pueblo en el que su madre y la mía nacieron. Porque a ella la enviaban todos los veranos desde Sevilla con sus abuelos y a mí con mis tías.

Ella y yo no tenemos los recuerdos comunes agotados, estamos construyendo otra amistad, la que nos permiten nuestras vidas presentes. Porque ya no nos vemos tanto como queremos, pero nuestro amor sigue intacto. O incluso, fortalecido. Y claro que hubo años distanciadas. Pero eso es también la amistad, entender los silencios.

Hoy ha sido un bonito día sabiendo que soy privilegiada por mis amistades. Por Eva, y por la Francamente, con quien he comido sin esperarlo y a quien me unió un vínculo laboral que pudo quedarse en algo pasajero. María, que así se llama, ejerce sobre mí algo así como un efecto terapéutico. Diría que es un bálsamo. Hablamos sobre nuestras familias, aunque la una no conozca a los hermanos ni a los padres de la otra.

Ella no lo sabe, pero el libro que me recomendó durante una cena en Tartan, Flow, de Mihalyi Csikszentmihalyi, inspiró uno de mis tatuajes.

Gracias universo, por ésta y otras amistades que me han tocado o que he encontrado. Prometo cuidarlas. Sí, porque hay que cuidarlas, algo que me dijo hace muchos años otra persona importante.

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