KuRGaN Club

Los chicos de mi pueblo, todos a excepción de mis hermanos, eran heavys. Por eso eran conocidos; por sus pantalones elásticos, camisetas negras de grupos y cazadoras de cuero. Y por su pelo largo, claro.

El primer chico con el que salí una tarde de verano (solo una) era heavy.

A mi prima Cristi la recuerdo cantando Obús antes de tirarse en bomba en la piscina. Eso y otras cosas tan raras como: "La chica del 17". Si de mí hay más de uno que dice que sé cosas raras que nadie sabe, mi prima canta cosas raras que nadie canta.

Y alguna que otra noche -solía ser de jueves- me perdí en la Sala Z. Ocurría a altas horas de la noche y entonces, el rock and roll exploraba los terrenos más oscuros...

Recuerdo aquella vez que las tres, salidas de la biblioteca con la carpeta bajo el brazo, terminamos allí. Apareció alguien conocido, José Luis, por supuesto heavy, y me dijo: ¿Pero tú qué haces aquí y con estas pintas?

Ya soy mayor y no me importa que me miren por no pintar nada en un lugar. Es más, me divierte. Hay un bar, muy heavy, más que heavy, en el que no te miran porque cada uno está a lo que está: disfrutando de su música favorita. 

Es KuRGaN Club (Dos de Mayo, 6. Madrid). Es el santuario de Marcos, con sus imágenes fetiche, sí, también está Gallardón, ejemplo del mal, y encima de la puerta hay una televisión hacia la que casi todo el mundo dirige la vista. 

No es heavy, es más, es metal. Es ese bar por el que lamento no continuar con mi columna semanal de bares de Madrid. KuRGaN Club se merece una que supere las 400 palabras. 

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