Recuerdos, memoria, nostalgia

Hoy, Eva y yo hablábamos sobre el peligro de la nostalgia + redes sociales + momento de cambio/crisis.

Nos hemos marcado unas reflexiones mañaneras, cual filósofas de la vida. 

Decíamos que esos tres elementos (y quizá alguno más) forman un cóctel que puede llevar a creer que las personas de ayer siguen siendo como eran entonces. Sin embargo, hemos cambiado y transitado por diversas versiones de nosotras mismas. 

Seguro que algo queda de las niñas que capuzaban en el río, ella siempre era la primera; también de las chavalas que con 14, 15, 16 años... se lo pasaban de cine yendo a las fiestas de los pueblos. Por supuesto que queda algo de las mujeres que rozando o ya en los 30 pasaban noches de risas y copas, y llegaban a vuelos con rumbo a Roma por los pelos y con muuuucha sed y dolor de cabeza. 

Ahora somos otras. Somos las de ahora, con nuestras circunstancias, miedos, esperanzas... 

Tras hablar con Eva, me ha venido a la mente un recuerdo. Es un recuerdo que desde que muriera su padre, hace apenas unos meses, regresa a mí con frecuencia.

Tengo muchos recuerdos del padre de Eva. De cómo siempre que le esperaba, ella ha sido tardona, muy tardona, yo me sentaba en el sofá de la casa del pueblito bueno, la que fue de sus abuelos, quienes cuando vivían, estaban cada uno en una butaca, y charlábamos. Hubo un tiempo en el que también estaba la perra, si no me equivoco, se llamaba Tucha. Dicho, por supuesto, con acento sevillano. Porque Eva es la sevillana. No hay otra como ella. 

El padre de Eva siempre, siempre me preguntaba por mi trabajo, cuando ya estaba en edad de trabajar. 

Él, como mis tías, era un fiel lector de mis páginas de los viernes, que solo se publicaban en la edición de Madrid. 

Pero el recuerdo que hoy ha vuelto tiene que ver con la impresión que, en una ocasión, me causó el amor del padre de Eva hacia ella. 

No sé qué edad tendríamos, pero empezábamos a maquillarnos. El padre de Eva vivía en Madrid y llegó al pueblo con un set de maquillaje, creo que de Estée Lauder y que a mí me pareció el premio gordo de la lotería. Yo lo máximo que tenía era de Margaret Astor, incluido cómo no, el labial 109. Ahora pienso en esos labios marrones y creo que eran un horror horroroso. 

Esa bolsa con lazo incluido contenía de todo, y todo bonito: maquillaje, sombra de ojos, máscara de pestañas, colorete, brillo de labios... todo en tonos dorados. Le imaginé yendo al Corte Inglés de Castellana, creo que entonces trabajaba cerca, y diciendo: 'Mi niña se ha hecho mayor y quiero hacerle un regalo'.

Pienso en que para él, el regalo en forma de maquillaje era un ritual de abandono de una etapa e iniciación de otra. Sí, otra en la que su niña, seguiría siendo su niña, pero ya caminando con paso firme hacia otra edad. 

Se mezclan recuerdos. Creo que a Eva no le impresionó tanto como a mí, que estaba delante cuando su padre se lo entregó. Por aquel entonces no se maquillaba tanto como yo, que iba como una puerta, pero estoy segura de que entendió el mensaje real del regalo. 

Echo de menos al padre de Eva, este verano, por el bicho no pude verlo. Creo que fue la primera vez en 43 años. 

Ay, la vida. Con y sin maquillaje, como reza ese bonito, maravilloso libro de Maryse Conde. 


Comentarios

  1. María, muchas gracias por acordarte de él

    Sevi

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  2. Gracias Maria por este texto y por recordar a José Manuel, siempre ha sido un padre y persona fantástico y siempre con su buen humor.
    Un gran abrazo Sevi! Estas navidades serán tristes sin el.
    Besos a ni dos grandes amigas de la infancia.

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