Querido Camino



Camino en mayúsculas. Por todo lo que representa.

Hemos concluido nuestro trocito anual de Camino. Esta vez, Burgos a León. 

De nuevo, una experiencia inolvidable. Tanto que me explota el corazón de gozo. No, no me explota. Pero sí está desbordado de emociones.

Este Camino ha traído nuevas, e importantes, lecciones.

Saber rendirse. Decir 'no puedo caminar'. Decirlo en voz alta. Coger tres taxis, tres días. Sin culpa. Y sabiendo que Abril, Claudia, Araceli y yo somos un equipo juntas y solas. 

Sí, saber dejar ir.

Dormir bajo las estrellas. Sin miedo. Con asombro ante tanta belleza, en las ruinas de San Antón. 

Y hacerlo tranquila a pesar de los tres gatos cuyos ojos brillaban en la oscuridad. Siento un miedo que me bloquea ante los misinos.

Llorar. Mucho. Poco. Llorar.

Hacerlo por la emoción de escuchar a Abril cantar en esas ruinas, bajo esas estrellas. 

Hacerlo al recordar la infancia junto a mis primas y Eva. Tan simple como ver un sifón de regadío y llorar.

Hacerlo al cruzar aquel puente cuya primera vez crucé junto a mi padre.

Volver a la adolescencia. Sí, en este Camino he escuchado música (no suelo hacerlo) y he bailado. Y U2 me llevó a los veranos en Cambridge. Pensé en que entonces nunca imaginé en qué mujer me convertiría. 

La vida.

Hablar mucho con estas mujeres que me colman el corazón de energía.

Confirmar intuiciones y buscar soluciones.

Dormir poco y caminar de noche. Yo que tachaba de locos a quienes salían a las 5 am. Toma taza y media.




Ser feliz. Muy feliz.

Agradecer casi a cada paso.

Enmudecer ante los amaneceres.

Querer mucho a Claudia, a Diego y a Álvaro.

Quererle a él.

Querer a mis padres y hermanos.

Pensar mucho en Lala. Y en el significado de la ternura.

Pensar en mis pies. En el dolor que me han provocado y en la felicidad. Así ha sido.

Gracias, Camino.

Nos vemos. Sólo falta un año.

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