La dicha de leer I


Desde que leyera el título de mi librito sobre el Camino en una lista de un lector, decidí publicar al finalizar el año los volúmenes disfrutados, con más o menos gusto, así como los abandonados.

Este año la lista es más extensa debido al uso del ebook que, por si a alguien le interesa, es un Kobo Clara 2E, con el que estoy encantada. 

Como un único post sería demasiado extenso, he decidido empezar hoy con la primera entrega y ojalá que, si alguien busca regalo para las próximas navidades, aquí encuentre alguna idea. 

Mantengo dos clubes de lectura, Tinta Fina, en Madrid, y La Charradica, en mi pueblo, Arándiga. El año comenzó con Serge, título elegido por Carmen Melgar para el primero. Escrito por Yasmina Reza, quien disecciona una familia a partir de la relación de tres hermanos. Aunque mi cabeza cada vez guarda menos información, recuerdo que me gustó.

Leí multitud de opiniones sobre el volumen por aquel momento recién publicado de Héctor Abad Faciolince: Salvo mi corazón, todo está bien. No fui capaz de leerlo. Abandonado sin cargo de conciencia. No estaba dispuesta a empezar un nuevo año perdiendo el tiempo.

Tristura, de Elena Quiroga, tampoco me volvió loca aunque a él me acerqué con mucho interés. 

Casa vacías, de Brenda Navarro, sin embargo me hizo boom en la cabeza. Lo recomiendo tanto como Ceniza en la boca. Ambos son dos libros altamente impactantes y desgarradores. 

La familia, de Sara Mesa, fue devorado. Y me causó la misma sensación que otros libros de ella, que escribe realmente bien pero los finales no son lo suyo. O sus finales no son lo mío. 

Cuando 2022 rozaba el final, descubrí a Delphine de Vigan. Y en el inicio del nuevo año, leí Las lealtades al que siguió Los reyes de la casa, que confirmaron que es una de mis escritoras favoritas. 

La puerta de las estrellas, editado en España por Galaxia Gutenberg y escrito por Ingvild H. Rishoi. Me quitó el sueño una madrugada y no dormí hasta terminarlo. 

Silencios de Tillie Olsen, fue elegido por Claudia Saiz para Tinta Fina y aunque a la mayoría se nos quedó corto o un pelín descafeinado, inspiró una interesante conversación. 

La frontera lleva su nombre, firmado por Elena Moreno Scheredre. Me lo prestó mi amiga Ana y me gustó muchísimo. Me encanta que los libros me lleven a lugares que conozco en primera persona. En este caso a Navarra, al Roncal. Aunque en algunos momentos es un poco edulcorado, me interesó la historia de las golondrinas. Hasta entonces no había oído hablar de ellas y de su valentía (forzada).

A Annie Ernaux hay que leerla. Siempre. Pura pasión es, como la mayoría de sus libros, breve, conciso y certero. 

Tea Rooms, Luis Carnés, me interesó mucho, pero he de confesar que en algunos momentos eché de menos más ritmo. 

El porvenir de la mujer, título de Concepción Arenal que comencé con muchísimo entusiasmo y que no he terminado. Pero no lo doy por abandonado. 

Los besos de Manuel Vilas me gustó bastante. Y en cierta medida, me reconcilió con el autor que tanto me entusiasmó con Ordesa y tanto me defraudó con Alegría. Semanas después volvió a dejarme una sensación de cabreo con Nosotros, que abandoné. 

Celebramos un club de lectura en el podcast que comparto con Dani Pinilla y ahora con Patricia Osuna, de Greta libros con garbo, y volví a leer La nieta del Sr. Linh, firmado por Philippe Claudel. Es una joyita inmensa. 

Los incomprendidos y Los ingratos, de Pedro Simón, ambos literalmente me los zampé en un fin de semana. Me encantaron. No les encontré ni un pero. 

Las palabras justas, de Milena Busquets, lo leí con gusto y con la sensación de que no me iba a cambiar la vida. Así fue lo cual no resta que disfrutara de su lectura.

Lo que hay, de Sara Torres, me produjo ni frío ni calor, y en algunos momentos, bola inmensa. Pero lo finalicé. 

Un caso de tres perros, de Sophia Bennett, fue como estar dentro de The Crown. Me divirtió. Fue el título elegido por Elena Rodríguez para Tinta Fina. 

Hasta aquí 20 libros leídos; dos abandonados y uno en proceso. 



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